COLUMNISTAS
eramos pocos y llego el dengue

La “distribución del ingreso” trae repelente gratis

La palabra dengue llegó para quedarse. Viene del swahili, una rítmica lengua africana que se habla oficialmente en Kenia, Uganda, Tanzania y el Congo, y quiere decir “enfermedad súbita causada por malos espíritus”.

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La palabra dengue llegó para quedarse. Viene del swahili, una rítmica lengua africana que se habla oficialmente en Kenia, Uganda, Tanzania y el Congo, y quiere decir “enfermedad súbita causada por malos espíritus”.

Los argentinos sabemos algo de swahili: ya dos generaciones de niñitos bailaron al ritmo de Hakuna matata, título de la canción emblemática de la película de Disney El rey león. Significa algo así como “no hay problema” o “está todo bien”, que fue exactamente lo que intentó transmitirnos la irascible esposa ministra del gobernador chaqueño, Jorge Capitanich, para minimizar la epidemia de dengue que recorre su provincia, la de Jujuy, la de Salta y la de Catamarca, con coletazos en Rosario y también en la Capital Federal. “Hakuna matata, una forma de ser/ hakuna matata, nada que temer/ sin preocuparse es como hay que vivir...”, parecía cantar Doña Capitanich, a coro con los dibujitos de Disney, hasta que desembarcó en su tierra la ministra Graciela Ocaña, cambiando la canción por otra que dice: “La situación es grave y hay que atenderla”.

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Es irritante la capacidad de ciertos políticos para exhibirse como muñequitos sin responsabilidad.

Felicito a Ocaña en un torpe swahili: mimi anawika mama (yo saludo a la señora). Ahora, manos a la obra.

La palabra dengue se castellanizó definitivamente en la primera versión del diccionario de la Real Academia Española, publicada en 1732, aunque con un significado muy distinto al que le damos hoy. El dengue, por aquel entonces, era considerado un comportamiento propio del sexo femenino. Definición textual: “Melindre mujeril, que consiste en afectar damerías, esguinces, delicadezas, males y a veces disgusto de lo que más suele gustar. Es voz modernamente inventada”. En síntesis, servía para definir a mujeres melindrosas, desdeñosas, capaces de destruir con gestos y palabras excesivas aun lo que más aprecian o quieren. Minas jodidas, digamos.

El idioma portugués mantuvo en vigencia el vocablo “dengoso/sa” para referirse a personas de tales características. Para nosotros, hoy el dengue es otra cosa, si bien ciertos opositores destituyentes podrían afirmar que el país lo está sufriendo en ambas acepciones.

Sería muy injusto, de todos modos, echarle la culpa del brote epidémico a la Presidenta o a la mujer de uno de sus gobernadores preferidos. No obstante, y dadas sus responsabilidades y promesas, el desparramo de esa enfermedad propia de la miseria debería llevarlas a reflexionar sobre la tan proclamada “distribución del ingreso” (vigente, según ellos, desde hace ya seis años), mientras ahora se distribuyen contrarreloj tarros y tarros de repelente para que sus próximos votantes no se contagien.

El dengue llegó a América durante la colonia, en barcos españoles venidos de Europa pero cargados de esclavos y pestes en el Africa negra. Los toneles de agua para saciar la sed de tripulantes y prisioneros eran el caldo de cultivo ideal para las larvas del mosquito Aedes aegipty, transmisor de la enfermedad.

Consejo sanitario de un neófito en la materia: sería bueno que, además de fumigar las zonas más afectadas, rociaran también con insecticida los transportes fluviales y terrestres; sobre todo barcos y camiones, por si acaso estuvieran trasladando larvas de Aedes en el agua que muchas veces se acumula sobre las lonas utilizadas para proteger las mercaderías o en otros recovecos. Los camiones y los barcos de hoy van mucho más rápido que aquellos galeones. Y aún no existe vacuna contra el dengue, otra de las anacrónicas bondades de la presunta revolución social en marcha, como la tuberculosis o la fiebre amarilla.

El sustantivo latino aedes quiere decir casa o templo. En tal caso, ese mosquito de génesis egipcia vendría a ser el lugar donde se aloja el virus, o se vuelve una especie de virgen maligna: la que infecta es la hembra, vale aclarar. Sin embargo, el adjetivo griego aedes parecería ser más preciso para el bautismo del zancudo: quiere decir molesto, inoportuno, asqueroso, desagradable. Y vaya si lo es. Sólo que lo habíamos erradicado de nuestro territorio en 1963 y desde el ’86 fue volviendo. Ojalá fuéramos tan perseverantes como este despreciable mosquito

Por suerte, esta vez las autoridades decidieron no convertir al dengue en una “sensación de dengue” provocada por el amarillismo de los medios de comunicación, como se hizo durante meses y meses con la inseguridad. Porque si bien sonó atinado que el viernes la Presidenta presentara un plan nacional contra el delito, hacerlo antes del virtual lanzamiento de la campaña electoral nos hubiera permitido ganar tiempo. Ahorrar muertos, tal vez.