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La encuesta de Yrigoyen

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No alcanzó el big data, la microsegmentación, los timbreos ni los cientos de sondeos con proyecciones que incluyeron la precisión de los decimales. Como en los memes que circulan por estos días, el iceberg estaba ahí nomás. El mismo radar que varias veces había registrado el arribo inminente de brotes verdes y otras bondades no pudo detectar esta vez una derrota que estaba a la vuelta de la esquina. Es cierto que tampoco lo vio venir la oposición, por más que ahora haya competencia por ser quién vio antes que Alberto F tenía la estatura de un campeón, un estadista, y hasta se empujen en la puerta de la veterinaria para conseguir un perro Collie, a los que, juran, siempre adoraron. Pero, se sabe, la oposición no está gobernando.

Era (es) Macri el encargado de gobernar, el que tenía que verlo. Y, aunque ya los tiempos no den para mucho, valdrá la pena revisar en algún momento si ese mismo GPS con problemas de antena fue no solo el que no registró la derrota sino el que precisamente llevó a que se produjera.

Un día como hoy de hace un año, el dólar cotizaba a $ 30. Un par de semanas después, en septiembre, el dólar tocaba los $ 40, el ministro Dujovne buscaba en Washington un acuerdo extendido con el FMI, los mercados se sorprendían con la renuncia de Luis Caputo y la llegada de Guido Sandleris en el Banco Central y el presupuesto a tratarse en el Congreso contemplaba una inflación de 23% para todo 2019.

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Y en tren de revisar lo que pasaba hace casi un año, el cierre de este texto reproduce el párrafo final de la columna de este autor de septiembre de 2018. Aquí lo que proyectaba sobre el escenario actual:

“…Una apuesta a un duro recorte fiscal impondrá más ajuste en los bolsillos de la sociedad ajustada y no garantiza que el dólar no siga buscando su techo, que las tasas no le compitan y que la inflación acomode aún más los precios relativos.

(…) Un acuerdo político necesitará suficiente firmeza para actuar como dique de la conflictividad social en aumento. El costo de la impopularidad será tan alto como la recesión que, en el mejor de los casos y si todo sale bien, recién podría dar respiro para abril o mayo.

No parece el timing ideal para encarar con ambiciones una campaña electoral y hoy cuesta imaginar a un electorado dispuesto a discriminar entre la crisis heredada y la impericia para gestionarla.

Aunque suene dramático, la política argentina parece repetir el karma de dejar pasar otro tren. Quizás esta vez el precio a pagar sea resignar la oportunidad de ser el primer presidente no peronista reelecto y conformarse con ser el primero en completar íntegramente su mandato”.