¿Se acuerdan del tiempo que tardó Mauricio Macri en designar al responsable del Ministerio de
Cultura de la Ciudad? ¿Recuerdan que una vez que se decidió nombró a un editor y titiritero que
permaneció en el cargo más de una semana debido a su conservadurismo intelectual y extravagantes
declaraciones? ¿Que después del escándalo eligió a Hernán Lombardi para el mismo puesto, un
funcionario con amplia experiencia en el campo del turismo, bajo perfil y pocas palabras? ¿Qué más
pasó de diciembre a esta parte? Pocas cosas: pataleos por el recambio de autoridades en el Centro
Cultural Recoleta, en el Festival Internacional de Teatro y en el Festival de Cine Independiente de
Buenos Aires, que se diluyeron al insistirse desde el ministerio en que la política del nuevo
gobierno porteño era, en rasgos generales (rasgos que no incluyen el rubro recursos humanos), de
continuidad con la gestión de Jorge Telerman y no de ruptura. En síntesis: a esta altura Macri
debería saber que el ambiente cultural porteño es difícil de complacer, y que siempre le ofrecerá
cierta resistencia. Frente a esta realidad tiene, por lo menos, dos alternativas: intentar revertir
la situación –tender lazos, acercar posiciones– o seguir adelante. ¿Qué es lo que
decidió Macri? No hay manera de saberlo. O tal vez sí. Veamos.
Días atrás se informó que el Ministerio de Cultura reducirá la cantidad de talleres que se
dictan en los centros culturales que dependen de su órbita, lo que produjo el rebrote del ala
cultural más progresista, que difundió una carta por Internet y se niega a participar de cualquier
actividad realizada por el gobierno macrista. Entre ellos se cuentan poetas y escritores como
Daniel Freidemberg, Vicente Battista, Miguel Vitagliano, José Pablo Feinmann, Mauricio Kartun o
Leopoldo Brizuela. Pero, al mismo tiempo, con el asesoramiento de Rodolfo Fogwill, la Subsecretaría
de Cultura tiene previsto organizar para fines de este mes un encuentro de crítica y periodismo
cultural que reunirá a muchos de los editores y críticos literarios más importantes de la Argentina
y el extranjero. Algunas de las ponencias programadas hacen esperar lo mejor: Alejandra Laera
hablará sobre “La consagración literaria en los tiempos del espectáculo”; la cubana
Zaida Capote expondrá “Crítica y canon, una reflexión”; Osvaldo Aguirre, “La
crónica. Apuntes y preguntas para una perspectiva histórica”; el español Constantino Bértolo,
“El editor como crítico frustrado”, e Ignacio Echevarría “Reflexión sobre el
sujeto, el objeto y el destinatario de la crítica”; Elvio Gandolfo, “Formato y
velocidades: cultura y medios”; Pablo Gianera, “Rimas: el espacio musical en la prensa
cultural”; Silvio Mattoni, “La admiración como crítica” y Alvaro Matus “La
crítica monopólica en Chile”.
¿Entonces, en qué quedamos? ¿Pulgares para arriba o para abajo? Mientras todo esto se cocina,
Macri se reúne dos veces en la misma semana con Luis Palau (foto), el pastor evangelista argentino
que triunfa en el mundo y es amigo de George Bush padre, hijo, y sostén espiritual de buena parte
de los dictadores latinoamericanos de las últimas décadas. Macri autorizó en tiempo récord la
fantochada religiosa de Palau que asoló el centro porteño ayer y antes de ayer, lo convirtió en
ciudadano ilustre de la Ciudad y declaró su festival, con un decreto, como “de interés
cultural”. La gente que lo conoce asegura que Macri no es un hombre culto, y lo cierto es que
nadie tiene necesidad de serlo. El, por lo pronto, parece pensar que para gobernar basta con
rodearse, cada tanto, de personas idóneas en la materia. ¿Será que con eso alcanza? El tiempo dirá.