COLUMNISTAS
ATP DE BUENOS AIRES

La estrella es el torneo

Dentro de pocas horas, el tenis argentino sumará su 188º título a nivel de la ATP. Y la ya tradicional y exitosa etapa porteña del circuito profesional habrá incorporado a un campeón sin precedentes. Sin embargo, usted ya sabe que soy fervoroso partidario de recordar de dónde venimos para disfrutar el “dónde estamos”.

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Dentro de pocas horas, el tenis argentino sumará su 188º título a nivel de la ATP. Y la ya tradicional y exitosa etapa porteña del circuito profesional habrá incorporado a un campeón sin precedentes. Sin embargo, usted ya sabe que soy fervoroso partidario de recordar de dónde venimos para disfrutar el “dónde estamos”.
A mediados de la década del 80, mientras el tenis argentino no conseguía elaborar el duelo por el final de los gloriosos tiempos de Guillermo Vilas –técnicamente, un jugador que jamás anunció su retiro– y, en menor medida, Jose Luis Clerc, los periodistas dedicados al asunto nos debatíamos entre el sobredimensionamiento del duelo Jaite-De la Peña y el despegue de la nunca debidamente dimensionada Gaby Sabatini. En las calles no terminaba de festejarse aún la vuelta a la democracia y la patria financiera ya celebraba el desguace de la primera ilusión posdictadura a partir de una hiperinflación que todo lo consumía. La ecuación no era la más adecuada para intentar poco más que juntar cuatro tipos más o menos notorios en un torneo de exhibición o, a lo sumo, tener alguna fecha a fin de año reservada a los llamados circuitos satélites; Jaite, De la Peña, Argüello, Ganzábal, Bengoechea y hasta el peruano Pablo Arraya eran las figuras de torneos cuyos premios en dólares y puntos para el ranking equivalía a no mucho más de una segunda rueda en la actual Copa Telmex.
Eran tiempos que tenían su encanto: a menor expectativa, mayores chances de disfrutar de los protagonistas casi de entrecasa y los torneos se jugaban en el Buenos Aires aún menos que en el Tenis Club Argentino, el Mayling Club de Campo o hasta el estadio cubierto de Newell’s Old Boys. Soñar con un gran torneo a nivel de ATP –los antes mencionados eran oficiales del circuito, pero de nivel promocional– era una utopía y cuando a alguien se le ocurría jugarse unos dólares a manos de una exhibición con jugadores extranjeros, la única pregunta que importaba en la conferencia de prensa de presentación era el consabido “¿Quién viene?”, como si por arte de magia en aquella tierra del Plan Austral y el desagio hubiese habido dinero para traer a John McEnroe o a Boris Becker.
En realidad, aquella pregunta es la única que recuerdo que jamás ha faltado en esas reuniones desde 1981 hasta esta parte. Al menos en público. En privado y al momento de la convocatoria, la clave era saber si la invitación venía con tragos y sandwichitos incluidos; si la mano venía de asado, la presencia de cronista con fotógrafo estaba garantizada. Por si acaso usted descree de la debilidad de nosotros, los cronistas dedicados al deporte, por el garrón gastronómico, le recomiendo que esta misma tarde, en la cancha en la que esté, observe el palco de prensa cuando el árbitro asistente anuncie los minutos de descuento del primer tiempo: las butacas estarán vacías de habitantes dedicados a devorar un par de chips rellenos con un fiambre no siempre fácil de identificar.
Sin embargo, esta fiesta que estamos por terminar de disfrutar con la final entre Nalbandian y Acasuso forma parte de otra historia. Al ATP de Buenos Aires nadie le pregunta por la convocatoria. Mejor dicho, importa saber quién está inscripto o a quién invitará la organización, pero nada interesa más que garantizar la presencia de los jugadores locales. Me animo a decir que es un torneo cuyo éxito de convocatoria estaría garantizado aun si los 32 participantes fueran argentinos, aunque esto responda a un desafío imposible de comprobar.
La 8ª edición ininterrumpida del torneo –miren si serán grosos Jaite y sus muchachos, que ni Cavallo pudo con ellos– no ha sido la mejor de las ediciones en lo tenístico y sospecho que tampoco lo será en cuanto al récord de entradas vendidas. Pero es un torneo maravillosamente organizado –reconocido por la misma gente de la ATP como de un nivel muy superior al de sus premios en sí–, que siempre deja un puñado de excelentes partidos y con una convocatoria excepcional. No existe en el planeta un torneo que tenga tribunas llenas un lunes o un martes en tanto no se trate de un Grand Slam –a veces ni siquiera– o. excepcionalmente, un Masters Series. Y lo mejor es que la mayoría de esas entradas se venden mucho antes de que el espectador sepa si le tocara ver a Nalbandian, a Moya o a Potito Starace. Todos queremos ver a los mejores, pero la estrella es el torneo. Este suceso tiene que ver con la coincidencia entre la puesta en escena y la madurez de un público que marca en rojo la cuarta semana de febrero en el almanaque.
Este año se dio el hándicap de las ausencias de Cañas, Del Potro, Coria y Gaudio. Si bien alguna de esas ausencias probablemente será inevitable en el futuro, hay reales intenciones de que 2009 sea el año de la vuelta del Rafa Nadal a las tierras de su amigo Piquito Mónaco. Es más, hay quien asegura que hubo chances serias de traerlo para el torneo que está por concluir. Se trata, ni más ni menos, de la apuesta extra de quienes van sacando el rédito de una inversión a largo plazo en el ámbito del deporte argentino; increíble, pero real.
Como sea, se termina otra semana entrañable. Una semana en la que el mismo hincha que se banca desde su platea que un barrabrava le cague el espectáculo o le robe 20 pesos en el estacionamiento hace callar al tarado que le pide huevos al Chucho Acasuso. Una semana en la que la gaseosa no esta diluida y se prefiere extender la jornada de cuartos hasta la madrugada con tal de no defraudar al que compró la entrada. Una semana en la que insultar a un juez de línea o molestar a Nicolás Almagro desde un palco reservado a esponsors puede costar que te echen de la tribuna. Una semana en la que, al fin y al cabo, ver a David Nalbandian cuesta menos plata que ver San Martín de San Juan-Boca