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La fábula de la escalera y el ascensor

Si la semana pasada el término en boga fue el “desacople” de las economías emergentes de las turbulencias del Primer Mundo, en ésta fue recordar una célebre frase de Juan Domingo Perón: los salarios suben por la escalera y los precios por el ascensor.

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Si la semana pasada el término en boga fue el “desacople” de las economías emergentes de las turbulencias del Primer Mundo, en ésta fue recordar una célebre frase de Juan Domingo Perón: los salarios suben por la escalera y los precios por el ascensor. El General soltó esta ocurrencia en su tercer mandato, un signo de preocupación e impotencia al ver que la inflación real se disparaba, no obstante los controles de precios, y la culpa recaía en la “inflación importada” del primer shock petrolero y en los oligopolios. Nada nuevo bajo el sol.

Eran tiempos en que el peronismo arañaba por unos meses un largo anhelo estadístico: el 50-50, ya que los asalariados llegaron a gozar de la mitad de la distribución del ingreso por un ratito. Eran tiempos en que entre el primer y el último decil de la pirámide social, la diferencia era de 14 a 1. La historia terminó con el Rodrigazo, el sinceramiento de las tarifas públicas, la megadevaluación y el campeonato de convenios colectivos de trabajo. La todopoderosa UOM de Lorenzo Miguel lograba el primer puesto: 220% de actualización. Finalmente, el verano del ’76, la híper, el golpe y a otra cosa. Treinta años después, el porcentaje de participación, si bien creció en los últimos cuatro años, difícilmente pase del 42%, las diferencias se multiplican por 30 y la informalidad (total o parcial) en el empleo alcanza a la mitad de la población ocupada.

Ese fantasma cruza las mentes de muchos funcionarios de hoy y jóvenes de aquel momento. El nudo gordiano de precios relativos se va desatando poco a poco: trato a trato. En estas conversaciones también hay un ingrediente novedoso: todos vienen a la mesa de negociaciones con su libreto de inflación. Nadie considera la oficial, estéticamente impoluta. Economistas y consultoras han encontrado un nuevo nicho: elaborar “su” índice de precios. Es que sin piso, tampoco hay techo para el pedido. Y los sindicalista lo saben: si dan crédito al INDEC, los salarios durante 2007 habrían mejorado, en promedio, casi 14% en términos reales (22,7% de suba nominal) y el supermercado les dicta que con suerte quedaron hechos. Por eso ahora arrancan con 25% en sus pedidos.

Para la explicación oficial, los villanos de turno están individualizados: antes fue la carne, luego los combustibles, más tarde la verdura de estación, ahora los alquileres y en marzo serán las cuotas de los colegios privados (casi la mitad de la matrícula escolar porteña entra en ese rubro). A todos, la misma solución: Guillermo Moreno advierte y opera. Controles y miedo.

Según el IPC oficial difundido la semana pasada, los alquileres habían subido sólo 1,9% durante enero, pero aún así era el doble que el resto de la canasta. Extrapolando, pondría el precio de la vivienda y los locales comerciales en cifras que preocupan pero no hacen más que reflejar la suba en los inmuebles, aún en dólares, que hubo en los últimos tiempos, que refleja parcialmente la tendencia mundial en revalorización de activos físicos.

“La autonomía es absolutamente imprescindible. La independencia es algo que en Europa se está tomando muy en serio... He pasado por dos ministros y por tres secretarios de Estado y en ningún caso he tenido presión sobre la elaboración de datos... Nosotros damos los datos y los demás los utilizan bien o mal.” Quien suscribe esto no es Ana María Edwin, directora del vapuleado INDEC, sino Carmen Alcaide, la economista española que preside el Instituto Nacional de Estadística (INE). Como en la Argentina, en Madrid siguen con lupa su gestión, en medio de una cerrada puja electoral. La inflación oficial para 2007 fue 4,3%, la más alta de la última década y la mitad de la oficial en la Argentina. Y la caída del desempleo se detuvo, con olor a entrar en una desaceleración económica preocupante.

Hasta allí las similitudes, porque no entraría en la cabeza de ninguno de los políticos que fomentan la “tensión” como reconoció el propio presidente Rodríguez Zapatero manipular el funcionamiento del centenario ente estadístico. Ganas no le faltarían pero hay cosas que la ley, la Unión Europea y sobre todo la sociedad no se lo permitirían.