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Obras

La grandeza del fin

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Libros se publican a diario, pero sólo sucede cada tanto que un escritor publique un libro que se constituya en un signo poderoso: el de su singularidad y su existencia como autor. Ese signo puede darse en el comienzo mismo (Aira con Ema, la cautiva) o, aparecidos otros, antes (Pauls con El pasado; Laiseca con Los Sorias), pero el efecto que produce “ese” libro ilumina a la vez su obra anterior (si la hubo) y carga con el peso de la expectativa acerca de lo que vendrá después. Es, en el fondo, el efecto de una inminencia dichosa, la aparición de lo nuevo, y define también la pregunta, que el propio escritor de seguro se hace, acerca de lo que vendrá después. En el deporte, esa clase de desafío se la traza el deportista con su performance, se mide el tiempo de su existencia (y de su excelencia) en forma de marca (Usain Bolt compite consigo mismo, etc.). Pero en la literatura y supongo que en el resto de las artes el asunto no es tan sencillo, porque, al menos en los libros, cuando una obra empieza a pesar, es decir, a producir su sentido como obra, se muestra menos como evolutiva o en retroceso que como un despliegue territorial.

Como aparición pública (dentro de los modestos marcos literarios), Juan José Becerra tuvo su momento fundante con la publicación de su monumental novela El espectáculo del tiempo (Seix Barral, 2015), que no hizo olvidar, para quienes fuimos leyéndolo, lo muy bueno que venía publicando –Santo (Beatriz Viterbo, 1994), Atlántida (Norma, 2001), Miles de años (Emecé, 2004), Toda la verdad (Seix Barral, 2010), La interpretación de un libro (Candaya, 2012). El espectáculo del tiempo es un gran fresco realista-fenomenológico, donde la trama de la memoria, la violencia, la familia, el pueblo, el tiempo y el sexo se articulaban a través de una voz que funcionaba como la memoria de las lenguas literaria y oral argentinas, cruzadas, mezcladas (nada que ver con Puig, pero el resultado tampoco le habría gustado a Onetti, a quien sin embargo tanto le debe el libro, filtrado por Saer). En los últimos años, digamos, en los últimos veinte años, no recuerdo haber releído tan pronto una novela, ni haberla encontrado tan distinta entre la primera y la segunda lectura. La pregunta que naturalmente surgía, después de esa publicación, se desglosaba en una, formal: ¿qué escribirá a partir de ahora?, y la segunda, de índole delicada, y de resultado siempre incierto, ¿qué podrá escribir después de este libro? Después de La Ilíada, Homero escribió la Batracomiomaquia, una guerra de ranas que ilumina y destruye su obra anterior. Después de Rayuela, Cortázar derivó en la autoparodia y en el puzzle pop. La extenuación de los materiales que componen una obra maestra permite augurar una plácida disminución y decadencia, o el signo de lo nuevo que se traza sobre la novedad anterior, para intensificarla o para negarla.

Brillante, obsesivo y raro, Becerra no rizó el rizo ni se autoplagió sino que eligió en su tiempo el viaje por los espacios del arte. El artista más grande del mundo es una novela aún más demencial y desaforada que El espectáculo del tiempo, una máquina de tragar, digerir y pensar, y un catálogo de pensamientos idiotas y geniales aplicados a las estéticas de vanguardia contemporáneas, básicamente de sus disposiciones relativas a la producción y la recepción de los signos estéticos. Todo filtrado a través de la experiencia de Ernesto Krauze, el Maradona o el Messi de los escultores, “el artista más grande del mundo”. Desde luego, “esa” clase de artista impone su propia arbitrariedad como la figura que determina la percepción de su obra (dicho en términos actuales: su éxito). Krauze transita y se desliza por el capricho supremo de su vida no limitada por la necesidad económica, como una especie de Sultán de Las mil y una noches que consigue lo que quiere: interviene en los mercados del mundo demostrando la necedad de toda operación, y termina construyendo su mejor obra (quizá la única verdadera, fugaz e intolerable) en la intervención sobre sí mismo (un saludo de Becerra a El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza). Leer esta novela depara una angustiosa felicidad.