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La guita, protagonista de la historia

“Este no es un tratado de economía ni de historia económica”, aclara Silvio Santamarina desde un principio. Y justamente ese es su mérito, lo que lo hace un libro original e impostergable, sin que le falte rigurosidad y fundamento.

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Tapa. Libro de Silvio Santamarina. | cedoc

“Este no es un tratado de economía ni de historia económica”, aclara Silvio Santamarina desde un principio. Y justamente ese es su mérito, lo que lo hace un libro original e impostergable, sin que le falte rigurosidad y fundamento. Escrito en el estilo de buen periodista que es el autor, su lectura se hace atrapante.

La aparición de la moneda en la Grecia antigua fue un factor decisivo en el desarrollo de la democracia pues igualó a todos los ciudadanos, exceptuados los esclavos, en el espacio público, tanto del mercado como de la vida institucional. Trasladados a Roma, el autor nos revela que en el año 64 a.C. Nerón no solo incendió Roma sino que ordenó retirar todas las piezas circulantes en plata y oro emitidas por sus predecesores y en su lugar devolvió piezas del mismo valor nominal pero de menor tamaño y con su rostro grabado. De esa manera ganó para su peculio el 15% de todas las monedas circulantes en el imperio. Este libro nos demuestra que la corrupción atravesó todas las épocas y todos los lugares.

El nacimiento de los bancos, aunque su nombre derive de los simples muebles en las plazas sobre los que en Italia se desarrollaban las operaciones comerciales, puede remontarse a la Orden de los Templarios, tan exitosos pecuniariamente que fueron finalmente aniquilados en el año 1307 por la codicia del rey Felipe IV de Francia y el papa Clemente V, que decidieron adueñarse de sus riquezas. Todo comenzó con la creación de la Orden de los Templarios, cuya función era proteger las cruzadas que se dirigían a Oriente a recuperar los sitios sagrados en poder de los musulmanes. No se trataba solo de proteger vidas sino también bienes. Y fueron tan eficientes como protobanqueros que, por ejemplo, recibían un depósito en oro en París y al llegar a Jersusalén el depositante recibía el mismo monto en oro, descontado el costo del servicio.

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En estos momentos en que en la Argentina el dólar es el protagonista de nuestras vidas, ¿dónde nació esa palabra? Insólito: en Jachymov, un pequeño pueblo checoslovaco donde, a principios del siglo XVI, un tal conde Stephan Schlick acuñó monedas de plata que se popularizaron como “taler”, que en anglosajón devinieron dólar.

Ya en nuestras tierras virreinales, superados los tiempos del trueque, todo fue justipreciado. Los tormentos y ajusticiamientos se cotizaban prolijamente. El verdugo cobraba un peso por cada torturado y sus ayudantes, necesarios cuando la víctima era forzuda, dos reales. La recompensa subía al doble si había que ahorcar, y un peso más si había orden de decapitarlo y descuartizarlo para exhibir sus pedazos clavados en postes y distribuidos por los alrededores para ejemplo de la población.

Santamarina nos entera también de que el “tesoro de Sobremonte”, que provocó la primera invasión inglesa, era de una cuantía tal que hizo que los arcones desfilaran por las calles de Londres en ocho carros tirados por caballos lujosamente enjaezados ante la algazara popular.

Las campañas de nuestra independencia tampoco fueron ajenas a la “historia de la guita”. En la etapa victoriosa de su campaña en el Alto Perú Belgrano ocupó la Casa de la Moneda de Potosí y, aprovechando la plata que brotaba a raudales de la ubérrima mina, acuñó monedas por 244.500 pesos. Pero las volteretas de la guerra hicieron que en su retirada luego de sucesivas derrotas militares intentara volar ese bello edificio con dinamita, aunque falló en su intento.

Dado que la revolución de Mayo había terminado imponiéndose, fue necesario organizar una nación comme il faut. En 1827 las autoridades porteñas decidieron tener moneda oficial y mandaron imprimir billetes a Filadelfia. Sin duda eran muy bellos pero llevaban las efigies de Washington y Franklin porque desde el Río de la Plata no les habían llegado imágenes de próceres autóctonos. Quizás porque todavía no los había. Un presagio.

En tiempos de dramático ajuste hubo en nuestra historia un gran ajustador que llegó a disminuir los salarios a la mitad y no vaciló en incautar propiedades, animales y sirvientes de los ricos. Fue San Martín, para financiar la campaña de los Andes, huérfana de apoyo de Buenos Aires. Lo aleccionador es que, compartido el motivo patriótico, seguramente bien comprendido, el Libertador comentaría: “La operación se realizó en toda la provincia y nadie ha chistado y todos están contentos”. Claro que esto se explica mejor cuando se sabe que él mismo se redujo su sueldo.

Concluyamos señalando que estos son solo algunos de los hallazgos históricos de Historia de la guita que se enhebran en un contundente discurso interpretativo de cómo aquellas piezas de metal moldeadas a martillazos fueron deviniendo en esos poderes que han llegado a saquear nuestra alma, poniéndola al servicio de intereses y de sus luchas por el poder.

*Historiador.