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EL REPORTAJE DE MAGDALENA // GRACIELA BORGES

‘¡La hija de Borges, un gran escritor!’

Volvió de España, Goya en mano por la película de Alejandro Doria sobre la vida del padre Mario. Cuenta cómo recibió el premio, habla de curaciones milagrosas y piensa actuar en una comedia junto a Carmen Maura. Y desde el éxito de La ciénaga hasta sus comienzos con Torre Nilsson, de todo se acuerda.

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Mientras un calor implacable se abate sobre Buenos Aires, Graciela Borges llega de los fríos madrileños con su mejor sonrisa, su piel admirable, aros Chanel, un Panamá blanco alumbrando el tailleur negro, y en mano, por supuesto, el impresionante premio Goya a la Mejor Película Extranjera por Las manos.
—Inolvidable, ¿no? Subir al estrado con Jorge Marrale y, en medio de los aplausos, recibir...
—Vos sabés que yo soy medio descolgada –se apresura Graciela–, y estaba conversando con Penélope Cruz, que recién llegaba y es una chica amorosa, muy buena persona, y con Carmen Maura. Y de pronto, aparece Marisa Paredes, con la que siempre decimos que vamos a terminar trabajando juntas, y le digo a Jorge Marrale: “Mirá, ahí llega nuestra nominación a Mejor Película Extranjera”, mientras veo que en la pantalla pasaban el “trailer” de las cuatro películas nominadas. Ahí nomás toqué la manito del padre Mario que me regaló Alejandro Doria –y repite el gesto mostrando una pequeña mano dorada que lleva al cuello– y le digo a Marrale, que, mágicamente, también llevaba en una cajita la mano del padre Mario: “Mirá, estamos en una fiesta que nos enorgullece” y no sé qué otra pavada, mientras Pilar Bardem, un encanto de persona, anunciaba el Goya ¡para Las manos! No pude menos que gritar: “¡¿Qué dijo?!”, porque me parecía imposible.
—Bueno, pero ustedes sonaban muy fuerte...
—Te diré que la película que más sonaba fuera de la nuestra era la chilena En la cama. Es de unos chicos divinos que, después de ver La ciénaga, quieren trabajar conmigo. Ellos hicieron American Visa, que me pareció muy interesante. En realidad, en el rubro nuestro había cuatro películas importantes, y yo le dije a Marrale, antes de la ceremonia: “Mirá, hemos llegado hasta aquí... hasta un premio tan importante como el Goya. Lo demás no importa...
—En el estilo de “lo importante es competir”, ¿no?
—Claro. ¡Imaginate entonces lo que fue escuchar la voz medida de Pilar Bardem y de Ernesto Alterio, el hijo de Héctor, anunciando que los ganadores éramos nosotros! Gritamos, nos abrazamos y, esto te lo digo con toda la modestia posible, en realidad yo he ganado muchos premios internacionales en mi vida: tres veces San Sebastián ... Quizá el que más me emocionó fue el Coral de Oro en Cuba, cuando siete mil personas te aplauden y te saludan... Pero lo de este Goya fue muy especial. Hubo como una química, porque esto tiene las características de los encuentros de las academias. Yo soy vicepresidenta de la Academia Sur, luego está el Goya y, naturalmente, el Oscar. Bueno, el asunto es que esto implica todo un ceremonial. Es divertido contarlo: salís del escenario y allí comienza un pasillo largo en el que hay miles de fotógrafos que te siguen mientras vas caminando por una alfombra. ¡Por lo menos a mí me parecieron miles! –a pesar del vuelo y de la mala noche, Graciela trae puesto todo su sentido del humor–. Después te llevan hasta una especie de rayita que hay en el piso y allí se agrupa toda la delegación, mientras que esa multitud de fotógrafos te grita: “¡Oye!”, “¡Mira!”, “¡Sonríe aquí!”... Yo estaba pendiente de la llegada de Alejandro Doria, porque él es el alma de la película y el premio a la película extranjera es un premio de producción. Confieso que me emocioné mucho, porque Jorge Marrale, que es una de las mejores personas que conozco, me abrazó muy conmovido y los dos recordamos que el proyecto de Las manos empezó a raíz de una conversación que mantuvimos los dos.
—En esos momentos surgen solamente las palabras más sinceras...
—Sí, sí. Recuerdo perfectamente que le dije: “Gracias, gracias. Vos hiciste un personaje maravilloso... Sos mi compañerito querido...” y me agarró como un estremecimiento de emoción. Pero la cosa no terminó ahí, hasta el punto que tampoco pude llegar a la fiesta de Almodóvar, que no fue a la ceremonia porque sabía que no iba a ganar con Volver y estaba un poco enojado por no haber entrado para el Oscar, algo rarísimo porque ya todos lo dábamos por descontado. Tan es así que, cuando se decidió qué película argentina iría al Oscar, el comentario era: “Bueno, pero tiene enfrente a Volver...”. En fin, así fueron las cosas. En cuanto al Goya, en la película de Almodóvar finalmente ganaron, como sabemos, Carmen Maura y Penélope Cruz por sus actuaciones.
—También tuvieron muchas nominaciones “El laberinto del Fauno”, del mexicano Guillermo del Toro, y “Alatriste”, de Díaz Yánez..
—Sí, sí.... Pero volviendo a nuestra felicidad, ¡nunca, en los muchos años que lo conozco, lo he visto al productor Fernando Sokolowicz saltar de alegría como lo hizo esa noche! ¡Estaba tan contento! Le brillaban esos ojos claros que tiene... Te aseguro que fue muy emocionante, porque Las manos es una película rara. Es una película clásica. No es religiosa. Trata sobre la dignidad, la libertad del amor. Narra la historia de esta mujer, Perla, que llega con un cáncer terminal a ver al padre Mario... Mirá, hoy Perla me llamó por teléfono y me dejó tantos mensajes de amor y de afecto... Cuando comenzó la película, ella estaba un poco angustiada por el enfoque que yo le había dado a “su” personaje. En la época del padre Mario, Perla era muy linda, tenía mucha gracia, sensualidad... y yo compuse un personaje que muestra totalmente lo contrario. Incluso la avejenté, porque me pareció peligroso dejarle un costado de seducción. Yo creo que la gente que está al lado de los maestros espirituales se siente bastante neutral. No tienen mucha “mirada” para los demás, ni mucha bonhomía. A Perla no le gustaba que yo caminara chapoteando en el barro con mis viejas botas y polleras anchas... Pero todo salió bien.
—Además, me imagino que esos detalles quedaron olvidados la noche del premio...
—Te cuento algo más de la ceremonia. Yo nunca fui al Oscar, así es que me sorprendió, luego de todo lo que te conté, que a continuación de los fotógrafos estuvieran todas las radios y, finalmente, un estrado para la televisión. Nos pasamos como dos horas haciendo todo esto, y debo reconocer que estábamos tan estresados y que se había hecho tanto barullo sobre la película cuando se estrenó en Buenos Aires (ahora se estrenará en España) que cuando llegamos al tercer piso me saqué directamente los zapatos, porque no me gusta comer de pie y nos encontramos con toda clase de cazuelitas con cosas exquisitas. Este año vi a Madrid como nunca: brillante, limpio, eufórico, aun cuando España enfrenta el doloroso problema de los vascos. Sin duda, España es hoy también Europa. Al día siguiente de la ceremonia, nos fuimos con Carmen Maura a Alcalá de Henares, donde el alcalde presidió la entrega de los premios que otorga el Instituto Nacional de Cine de España. A pesar del terrible frío, lo pasamos estupendamente. Carmen Maura es realmente tan divertida e inteligente como los personajes que compone. ¿Cómo olvidar a su fantasma en Volver? Siempre decimos que nos gustaría filmar algo juntas.
—Volviendo a “Las manos”, ¿vos conociste al padre Mario Pantaleo?
—No. Pero cuando Juan Manuel (Bordeu) ya estaba muy grave de su leucemia, lo llevaron hasta el padre Mario y el padre dijo que, lamentablemente, ya era tarde. También me ocurrió algo impresionante en este tema. Otra señora que ayudaba mucho al padre Mario y que se llama Graciela tenía a su madre muy enferma. No quiso mencionárselo al padre, pero él advirtió su tristeza y fue a visitar a la enferma, conversó con ella y, al irse, le dijo a Graciela: “No te preo-
cupes, hijita, tu mamá va a estar bien. Pero ¿quién es ese hombre que estaba al lado de la puerta?”. “Es mi padre”, contestó Graciela y luego el padre Mario le dijo: “Mirá, te prometo que no va a sufrir, pero se va a ir muy pronto”. En efecto, ese señor que no parecía sufrir de ninguna enfermedad murió a los dos meses. En cambio, la madre, a quien los médicos habían desahuciado, vivió varios años más.
—Todo es muy misterioso...
—Sí, y fijate qué curioso: como te dije, no lo conocí al padre Mario, pero parece que no fue así. Dos años antes de comenzar la filmación, un periodista de TN me preguntó si lo había conocido. Le dije que no y Perla, que estaba allí, replicó: “Ella sabe mucho del padre Mario”. Y ante mi sorpresa, explicó que en una oportunidad el padre Mario había sufrido una intoxicación, aunque no todavía en el último período de su vida, y lo internaron entonces en el Sanatorio San Camilo, donde estaba mi madre. Una de las monjas, la hermana Mercedes, le dijo al padre Mario que me querían mucho y que mi mamá, como te dije, también internada en San Camilo, estaba muy mal. El padre Mario dijo que rezaría por ella, y un día que me vio desde la ventana caminando por el jardín del sanatorio, le dijo a Perla: “Mire, esa que va ahí es una artista. Es Graciela Borges, y yo he rezado por su mamá”. Yo ignoraba todo esto hasta que Perla me lo contó, y lo cierto es que mamá vivió muchos años más. Si en aquel momento hubiera sabido que era el padre Mario, hubiera ido sin duda a saludarlo. También conozco a otro personaje extraordinario que es el padre Ignacio. Vive en Rosario y es un sanador. Tiene una historia muy curiosa. Nació en Sri Lanka, lo que antes se llamaba Ceilán, y hace imposición de manos. Así como no conocí al padre Mario, le he visto hacer al padre Ignacio cosas realmente extraordinarias. Por ejemplo, a un enfermo de cien kilos: darlo vuelta apenas tocándolo con la mano. Alivia el dolor. Ve a cuatrocientas personas por día y su memoria es extraordinaria. Recuerda, por ejemplo, frases enteras que podés haberle dicho diez años atrás.
—Es curioso cómo los hechos te fueron preparando para hacer la película sobre el padre Mario...
—Sin duda, porque yo al padre Ignacio lo conocí mucho antes de pensar en la película. Incluso la he llevado a Perla, que tiene un problema en la vista.
—¿Cuántos años tiene ahora Perla?
—Ochenta. El otro día fue su cumpleaños.
—Qué notable, Graciela. Vos, la mujer bonita, exitosa, actriz popular, a raíz de esta historia terminás hermanada con una saga de sufrimientos, pobreza... En fin, cosas que aparentemente no tienen que ver con tu vida.
—Es raro lo que te voy a decir, pero como se ha publicado te lo puedo contar. Hace dieciséis años que trabajo con el padre Miguel, en Florencio Varela. Empezó como una olla popular y hoy tiene el Hogar de la Medalla Milagrosa, que atiende a 1.300 personas que comen allí todos los días. He tenido la suerte de poder colaborar con un granito de arena, y se han hecho consultorios médicos para atender allí a los chiquitos que lo necesiten. Se ha formado así un caminito que me llevó a Las manos. Además, sea como fuere, todos terminamos por hacer algo por el prójimo. Creo que la solidaridad es lo más importante en la vida. No me gusta demasiado hablar de estos temas porque puede parecer que estoy buscando algún elogio...
—Bueno, estas cosas con amabilidad y simpatía no se sostienen. Hay que tener mucha paciencia. También me fijé que cuando recibiste el Goya, se lo dedicaste a Juan Cruz. ¿Cómo es tu hijo?
—Juan es una persona enormemente espiritual. De hecho, todos los martes, a las siete y media de la tarde, tenemos unas meditaciones, obviamente con entrada libre y gratuita, para los que lo deseen, e integramos un movimiento que se llama Movimiento Interno del Alma. Yo trabajé el personaje de Perla con mi hijo, porque él conoce mucho a la gente que está cerca de los grandes maestros espirituales. “Mirá, mamá, que vos sos demasiado sensible en tus películas –me dijo de movida–. No vayas a hacer de Perla un personaje llorón. Solamente cuando no puedas más, bueno... cuando algo te emocione demasiado...”. Y yo, hasta último momento, cuando el padre la mira a Perla y le pregunta: “¿Cómo una mujer tan linda como usted nunca se aburrió?”, y Perla le contesta: “Volvería a hacer lo mismo”..., el Padre se estaba muriendo y yo logré no tener ni una lágrima en los ojos, porque creo que la gente que está al lado de los maestros espirituales tiene que ser así. Al maestro no le sirve un acompañante sollozando. Incluso en ciertas escenas tuve una manera áspera de interpelarlo: “Padre, ¿qué le pasa que no está haciendo las cosas bien?”. Hice un personaje muy contestatario, es cierto. Perla era más seductora, por eso la envejecimos. Incluso el pelo rubio a mí no me queda bien. En fin, me gustó mucho hacer este personaje. En realidad, ese año 2006 que ha pasado hice dos personajes que me gustaron mucho: Perla y el otro, el de Monoblock, una mujer que se va a morir. Curiosamente, las dos sufren de cáncer, aunque son distintas. Perla, muy inteligente. La otra, casi infantil. En ese aspecto creo que he tenido un gran año...
—¿Y la idea de hacer algo con Carmen Maura?
—Bueno, Carmen quiere que hagamos una comedia. Es tan graciosa y divertida que sería un placer. Fijate que el otro día, en medio de la ceremonia en Alcalá de Henares, se me acerca y me dice: “Graciela, tengo que decirte algo”. “¿Qué?” “Tengo ganas de hacer pis. ¡En realidad me muero por hacer pis!” Un horror. Estábamos sentadas frente al público. “Aguantate”, le dije, mientras seguían los discursos. “Es que ya no puedo más –dijo de repente, y a media voz contó: –Uno, dos, tres... ahí voy”, ¡y salió corriendo! “No hagamos dramas –se reía después–. “Hagamos una comedia con la vida.” Y, por supuesto, adhiero y me gustaría que también interviniera Marisa Paredes, que es fantástica. Me gustaría una historia actual, muy bien escrita como solamente sabe hacerlo Aída Bortnik. Ella tiene un libro maravilloso, Las viudas, que compró Jane Fonda, pero que no ha hecho hasta ahora. Aída es una gran escritora. Yo hice Pobre mariposa con ella y fue inolvidable. En el Festival de Cannes, fuimos candidatas hasta último momento...
—Vos también deberías contar todo eso en un libro, Graciela. Por ejemplo, lo que significó filmar con Torre Nils-
son...
–Por supuesto. Algo increíble. Yo era tan chica... ¡Pensá que hice mi primer film a los 14 años! Nos llamaban “las ingenuas”, pero yo recién empezaba y en aquel tiempo Elsa Daniel ya había hecho La casa del ángel y Gilda Lousek, realmente de una belleza impresionante, tenía imagen propia. Hoy día las chicas están mucho más niveladas. Tres o cuatro años no son diferencia. En aquel tiempo, sí. Yo creo que la sensibilidad de la carita de Elsa hizo de ella la actriz fetiche de Torre Nilsson. También tengo un gran cariño por Leonardo Favio. Hoy me dejó un mensaje muy afectuoso. Filmar con él El dependiente fue inolvidable. Crónica de un niño solo permanece como una gran película argentina, y El romance del Aniceto y la Francisca, también. Fijate que en España sostienen que El dependiente es una de las veinte mejores películas de todos los tiempos. Por otra parte, siguiendo con Torre Nilsson, te diría que cuando volvés a ver Piel de verano, te encontrás con una película moderna. Tan es así que cuando fui a la Universidad de Berkeley, California, los alumnos de cine la estudiaban como prototipo de película latinoamericana. Y junto con algo tan gratificante, también en Berkeley me ocurrió algo muy gracioso, porque cuando terminó la exhibición de Piel de verano los estudiantes aplaudieron no solamente la película sino “a la protagonista, ¡que es la hija de Borges, un gran escritor argentino!”.