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La homilía del presidente Macri

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Congreso. El período de sesiones es una práctica republicana que hay que festejar. | Pablo Cuarterolo
Ustedes me pusieron acá para emprender juntos este camino”.

La palabra homilía, según reza el diccionario, es la explicación de temas religiosos –por parte del sacerdote– que se dirige a los fieles, generalmente en la misa luego de la lectura del Evangelio. Pero en su origen, en griego, la homilía es una asamblea o, incluso, una reunión familiar.

El discurso de nuestro presidente, el ingeniero Mauricio Macri, en la apertura de las sesiones legislativas el 1º de marzo, si se me permite la metáfora, puede calificarse de homilía. Porque tuvo que ver con una asamblea. Y porque se lo puede analizar a la luz de las descripciones del género de la predicación cristiana.

En función de las exigencias prácticas (todo sacerdote debe aprender a producirla) y también de sus peculiaridades retóricas, la homilía ha merecido un estudio minucioso por parte de religiosos y de académicos. De entre los últimos, tomaré como base el texto de Elvira Arnoux Escritura y predicación: la homilía como género de la celebración litúrgica. Y lo aplicaré, claro está, muy libremente.

  Para empezar, debe tenerse claro que el de la homilía es un género oral, pero se recomienda que esté muy bien estructurado. O, lo que es igual, que esté primero escrito con dedicación y que luego sea memorizado con esmero. Precisamente, en los minutos iniciales de su alocución y en los minutos finales, Mauricio Macri buscó dirigirse a los legisladores –fieles y no fieles– con la apariencia de la improvisación.

   Como toda homilía que se precie, el discurso presidencial se inició con un momento de captura de la atención y de la emoción: “Antes de empezar, quiero homenajear a los 44 tripulantes del Submarino ARA San Juan que entregaron su vida cumpliendo su deber”. Se desarrolló con un punteo de la “agenda de trabajo” del Gobierno (la transparencia del Estado, el equilibrio fiscal, los créditos hipotecarios, la inflación, el empleo, la igualdad entre mujeres y hombres, el turismo, internet, los Parques Nacionales, la seguridad, el Código Penal, los accidentes de tránsito, la obesidad infantil, la evaluación Aprender, la educación sexual, el aborto). Y culminó con una alocución llamada a convocar el ánimo: “Porque nuestros verdaderos enemigos son la resignación, la indiferencia. Y necesitamos de todos, unidos, porque siempre les digo, los argentinos unidos somos imparables”. Ya se sabe: el orador (religioso, político) debe conmover en la peroración (el epílogo) porque son sus palabras finales las que quedarán resonando en el aire. En las mentes. En los corazones.

  Y ni siquiera se privó del empleo de un recurso caro a este género al encarnar los padecimientos de los argentinos –de la familia que lo escuchaba por cadena nacional– con la alusión a su propia historia personal: “Como ustedes saben, hace muchos años yo sufrí en carne propia a la mala policía”.

   Dicho todo esto, puede objetárseme que toda homilía, como dice la definición, parte de un texto escrito para elaborar una reflexión. Si se me permite seguir con la metáfora, he de alegar que, detrás de las palabras de nuestro presidente –y también de sus no palabras sobre la reforma jubilatoria, por ejemplo–, sospecho que hay textos de la liturgia política de nuestro tiempo. Las redes, las encuestas, la medición constante de la opinión pública como base de lo que debe decirse y lo que debe callarse.

   Cual un oficiante laico (que fue puesto ahí por el pueblo), Mauricio Macri  pronunció su homilía y cumplió así, ya por tercera vez, con uno de los ritos sagrados de la democracia: la apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional. A algunos los habrá satisfecho su discurso. A otros los habrá incomodado. A unos cuantos, aun, los habrá dejado indiferentes. Pero para quienes hemos conocido los tiempos oscuros de nuestra Patria, la celebración de esta práctica republicana siempre será motivo de festejo.

 *Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.