COLUMNISTAS

La hora de los jueces

Por Jorge Fontevecchia. Que sean los protagonistas (junto a los fiscales) indica claramente el punto del ciclo en que nos encontramos

Protagonistas excluyentes: Lorenzetti y Arroyo Salgado.
| Cedoc

A la duda sobre si lo que el diario tal o cual dice acerca de lo que sucedió es intencionado, falso o equivocado, o a los motivos que llevaron a un fiscal a considerar que hubo un grave delito y a un juez a desestimar de plano lo mismo, se agrega ahora la perplejidad frente a que un perito considera prueba de una cosa lo mismo que otro perito considera prueba de otra. Y en todos los casos se trata de eminentes miembros del periodismo, de la Justicia o del cuerpo médico forense. Más allá de los intereses, en todas estas convicciones cargadas de certezas y expresadas muy asertivamente sobre temas en los que todavía aparecen dudas, hay efectos emocionales que influyen sobre las perspectivas de cada análisis. Por eso el sistema judicial tiene múltiples instancias, para que no sea un único sesgo el que emita veredicto, y sólo es posible un verdadero desarrollo del periodismo cuando se dan las condiciones para que una pluralidad de voces sobreviva con influencia. Pero nada de eso es garantía de infalibilidad, es apenas una forma de dar curso un poco menos violentamente a nuestros conflictos.

Pero como legos en cada especialidad –salvo en la nuestra– que somos todos los ciudadanos, sí podemos concentrarnos en las invariantes generales y extraer de cada contradicción aquello que se reproduce constantemente para poder formar nuestra propia impresión sobre la realidad.

El poder es una particular relación entre individuos que parte de una asimetría circunstancial

Y vemos, entonces, que hay una matematicidad en nuestra historia política reciente, una especie de ritmo que refleja el grado de nuestro desarrollo social, que podría sintetizarse en que, al final de cada ciclo, siempre se produce la hora de los jueces, que regularmente fue precedida por la hora de los periodistas y antecedida por la hora de los políticos. Ciclo que vuelve a comenzar cuando nuevos políticos toman el poder, que luego se desgastan o desilusionan lo suficiente como para que la sociedad premie con su atención a los periodistas que los critican, para llegar nuevamente a la hora de los jueces, que vengan a condenar con su lenguaje performativo aquello que previamente denunció el periodismo.

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Que sean los jueces (y los fiscales) los protagonistas del momento indica claramente el punto del ciclo en que nos encontramos. Ingenuamente, los gobernantes en decadencia –sean democráticos o dictadores– tratan de detener el reloj apelando primero a reformas de la Constitución –los democráticos–, o a guerras como la de las Malvinas –los dictadores– para, cuando fracasan en su intento de perpetuarse, apelar a reformas del sistema judicial, a nombramientos de funcionarios adictos con estabilidad o a leyes de autoamnistía con las que también fracasan en su búsqueda de no ser condenados por la Justicia.

Es interesante observar la física del poder que Foucault explicaba como un tipo particular de relación entre individuos, que parte de una asimetría circunstancial. Cambian las circunstancias y cambia de lugar el poder. Es que el sistema se desenvuelve circulando, e incluso es posible pensar el sistema mismo como circulación. Aquellos obstáculos para la circulación (en este caso, gobernantes que desean perpetuarse) acumulan presiones que más tarde o más temprano son barridas por la fuerza intrínseca de la circulación, y con mayor ímpetu cuanto mayor haya sido la resistencia que opusieron. Esto les sucede a los gobernantes que olvidan que el poder es una posición siempre en movimiento.

Durante la dictadura militar, el terror que generó su violencia criminal hizo que los primeros años no volara una mosca; tras el fracaso de la Guerra de Malvinas, las revistas Humor y La Semana abrieron el camino a la crítica periodística, que en el último año sumó a los diarios (por entonces, los medios audiovisuales eran estatales), y con la llegada de Alfonsín se produjo el juicio a las juntas de comandantes, con sus condenas.

El menemismo apeló a diferentes armas que los militares para contener la crítica de los medios durante sus primeros años; en su caso, comprándolos con la concesión de los medios audiovisuales que privatizó, hasta que recién a partir del asesinato de Cabezas todos los medios importantes se transformaron en críticos, sintonizando y retroalimentando el humor social, para terminar con Menem preso por asociación ilícita cuando ya había dejado de ser presidente.

La misma situación se repite ahora con el kirchnerismo, que emergió en 2003 empoderándose con el apoyo de casi todos los “poderes fácticos” (como le gusta denominarlos), a quienes convencía con una combinación de técnicas que iban desde el premio con negocios hasta el castigo económico, para recién seis años después de haber gobernado sin la crítica de los grandes medios comenzar a sentir la presión del periodismo, que, tras su proceso de demolición, creó las condiciones para que la Justicia pasara a ser la protagonista actual.

El sistema se desenvuelve circulando, y los obstáculos para la circulación son barridos con ímpetu

La jueza federal Arroyo Salgado y el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, fueron esta semana protagonistas de la actualidad, y su omnipresencia explícita o tácita desde hace varias semanas en todas las conversaciones políticas es el síntoma que señala la hora de los jueces y se refleja en los inusitados picos de atención que obtuvieron el discurso de apertura del año judicial que dio Lorenzetti en un como nunca colmado Palacio de Tribunales y la conferencia de prensa de Arroyo Salgado, imponiendo su propio curso de investigación de la muerte de Nisman.

Signos irrefutables de que muy pronto el kirchnerismo perderá su posición de poder y otra vez la sociedad se abocará a construir una nueva esperanza política.