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La lucidez de Rogelio Frigerio

Frigerio murió hace un año. La Argentina aún le debe un merecidísimo reconocimiento. Si no se hubiera interrumpido el plan de Frondizi y Frigerio, éste sería otro país.

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El viernes pasado se cumplió un año del fallecimiento de Rogelio Frigerio.
A mis veinte años me deslumbró la lectura de Historia de una pasión argentina, de Eduardo Mallea, y pocos años más tarde, hacia fines de la década del cincuenta, encontré esa pasión argentina vivenciada y encarnada en un político de acción y pensamiento: Rogelio Frigerio. Para mí, entonces, conocerlo y trabajar con él constituyó la mayor experiencia intelectual y política de mi vida, y muy especialmente, servir innumerables veces de puente de comunicación entre él y el presidente Arturo Frondizi, cuando las Fuerzas Armadas impedían la continuidad de los diálogos personales entre esos dos lúcidos patriotas y auténticos hombres de Estado.
No tengo necesidad –por conocidos– de hacer siquiera una breve reseña de lo que fueron sus invalorables aportes intelectuales para la clarificación de toda la problemática nacional e internacional, plagada hasta entonces de confusiones conceptuales y de errores ideológicos. Pero sí creo necesario destacar que cuarenta años después de caído el gobierno de Frondizi, en 2002, releí un reportaje sobre la economía del país que le habían hecho a Frigerio para una agencia extranjera en 1982, y me llevé la increíble sorpresa de que a pesar de las dos décadas transcurridas podría haberlo publicado ese mismo día como hecho el día anterior. Lo que constituía no sólo una muestra más de la lucidez de Frigerio, sino también una demostración dramática e irrefutable de la parálisis sufrida por nuestro país. Por eso mismo no nos debe llamar la atención hoy en día, cuando desde altas tribunas políticas escuchamos que hay que reindustrializar el país. Pero sin embargo, aunque se trata de un objetivo sumamente plausible, creemos que también deberíamos escuchar la reflexión y el reconocimiento acerca de que hace ya casi medio siglo, Frondizi y Frigerio comenzaron a hacerlo contra viento y marea durante cuatro años, mediante el autoabastecimiento petrolero –inexistente hoy-, la petroquímica, la siderurgia, la industria automotriz, los caminos y para qué seguir enumerando todo lo que constituyó ese extraordinario desarrollo de la industria pesada, etapa que ya estaría más que cumplida con todos sus beneficios económicos y sociales. Pero un golpe de Estado terminó con esos logros de un proyecto que nunca más fue retomado. Sin embargo, de haberlo continuado, no tendríamos hoy desempleo ni pobreza. Tampoco problemas energéticos, y estaríamos, entre tantas cosas positivas, exportando petróleo, y seguramente tanto o más petróleo que soja. Además, habríamos ya entrado en una etapa de pleno desarrollo científico y tecnológico, liderando fraternalmente y sin discusión a esta América del Sur.
Finalmente, no quiero cerrar esta breve evocación sin señalar que aunque todavía no se lo reconozca oficialmente, nuestro país ha perdido hace un año a un gran hombre, a una extraordinaria inteligencia política que comprendía al mundo, al país y a su pueblo.