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La mafia azteca

Llamo por teléfono a mi mamá, que se cayó “saltando un cantero” (¡a quién se le ocurre!) y todavía no sabe si se fisuró algún hueso (“me duele todo”). De paso, comentamos los sucesos últimos, que han puesto a General Rodríguez en la primera plana de todos los diarios y en los segmentos principales de todos los noticieros de televisión.

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Llamo por teléfono a mi mamá, que se cayó “saltando un cantero” (¡a quién se le ocurre!) y todavía no sabe si se fisuró algún hueso (“me duele todo”). De paso, comentamos los sucesos últimos, que han puesto a General Rodríguez en la primera plana de todos los diarios y en los segmentos principales de todos los noticieros de televisión.
Le pregunto por el ex prófugo Manuel Poggi, porque la carnicería, verdulería y almacén de campo donde solemos aprovisionarnos fue siempre conocida como “lo de Poggi” y alguna vez estuvo al frente de dos hermanos que, efectivamente, tenían ese apellido. Esos dueños originales ya murieron, pero sus parientes siguen con el negocio y alguno de ellos podría haberse dedicado a la política municipal.
Las averiguaciones ya fueron realizadas y nadie acredita parentesco con el ex director de Desarrollo Industrial de General Rodríguez (cargo un poco excesivo para un pueblo monopolizado hasta tal punto por la industria láctea que no hay posibilidad de instalar en sus alrededores otra fuente de trabajo, por no sé qué miedo de la familia que controla los destinos del municipio a perder sus privilegios). “No tiene nada que ver”, me dice terminante mi mamá. “Este Poggi”, refiriéndose al prófugo, “es de Morón”. Lo dice como si se tratara de un vástago descarriado de los Hohenzollern de Nürnberg y no de los de Suabia (que serían los “auténticos”, los dueños del castillo conocido alguna vez como Zollern, es decir: los hermanos Poggi que eran nuestros vecinos).
Me cuenta, también, que cuando vio por la televisión el galpón donde Poggi atesoraba los bidones ahítos de la efedrina relacionada con el triple crimen que sucedió muy cerca de nuestra casita de campo, Mea requiem, un escalofrío le recorrió la espalda. Ella había estado en ese galpón más de una vez (siempre por error), porque la gomería donde hace atender los asuntos de su auto queda exactamente al lado y, a veces, se equivocaba de portón. De hecho, me sugirió que prestara atención al “gordito” que aparecía como testigo en los flashes de noticias: “Ese es Tasca, el de la gomería. Me dijo que me iba a conseguir aceite barato”.
La conmino a que vaya a preguntarle a su amigo lo que sabe, pero se niega. Antes de complicarse en historias de mafiosos (“como vos”, agrega), tendría que ir a hacerse una radiografía. A regañadientes, la dejo en paz, no sin antes hacerle notar lo imbricadas que están nuestras vidas (las de todos, las de cualquiera) con las maquinaciones de la economía informal hoy tan decisiva en la supervivencia del capitalismo.