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La masonería ‘twee’

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El Bafici nos encuentra en plena tarea de evitar que nos aplaste con su cada vez más abultada lista de películas y su tendencia a la dispersión. Está claro que no se puede ver todo, pero siempre es bueno pensar que uno tiene una estrategia exitosa para una temporada “difícil de atrapar” en un “momento de transición en el modo de ver cine y en el modo en que los festivales organizan su programación” (son palabras del director, Marcelo Panozzo).
De todos modos, si algo es una constante en los últimos años del Bafici es la importancia de las películas relacionadas de algún modo con la música. Se podría decir que el festival ha practicado en estos años una silenciosa pedagogía musical, sobre la que no se ha hablado poco, pero que está siempre allí como sugiriendo que si no hay nada para ver en un momento dado, siempre hay una película sobre música. Este año, además, la clausura será en el Colón y la película de cierre es La calle de los pianistas de Mariano Nante, sobre una curiosa familia de músicos, según me explicó mi cuñada que es la coguionista. Pero no me refería tanto a esa música fina sino a las variantes más plebeyas que infectan el catálogo y, en particular, a ciertas formas del rock independiente cuya importancia para la estética y la línea de programación del festival es el gran secreto que me propongo develar a continuación.
Este año hay una película que se llama My Secret World. The Story of Sarah Records. Sarah Records fue una curiosa compañía discográfica británica, de las más excéntricas que hayan existido. Dirigida por Clare Wadd y Matt Haynes, dos veinteañeros capaces de reunir el mayor celo profesional y la obsesión artesanal más casera, de diseñar sus propias cubiertas y de contestar extensamente cada carta que llegaba a la oficina. Sarah lanzó entre 1987 y 1995 un catálogo compuesto de simples en vinilo (pero también de fanzines y hasta de un juego de tablero) que al llegar al número cien se dio por terminado con una gran fiesta. Establecidos en Bristol, alejados del mundo corporativo, rabiosamente personales en sus elecciones, Haynes y Wadd editaron un pop que combina la sencillez con la estilización, que tiene un sonido muy agradable y cuyo uso de las guitarras y los coros remite los años 60.
Es un placer adictivo escuchar a grupos como The Orchids, Heavenly, Field Mice y varios otros. Como se ve en la película, la crítica de rock los atacó sin piedad, tratándolos despectivamente de twees, palabra que viene del modo en el que los bebés anglosajones pronuncian la palabra “sweet”. Aunque Wadd y Haynes rechazaban el término, hoy ser twee está mejor visto e incluye a cineastas como Wes Anderson. En la reseña del catálogo se lee que la película “perfila un sonido que sigue cautivando sensibilidades con contagiosa dulzura y alegría”. La firma Pablo Conde, que en la vida real es programador de Mar del Plata, lo que muestra que la masonería twee es amplia, una evidencia que surge de la lectura del catálogo en estos años, con sus textos juvenilistas y generalmente eufóricos. Como termina diciendo el prólogo de Panozzo, el cine es “diversión y regocijo” y “el alcance de un modo de contar, el alcance de una puesta en escena siempre nos dejará un resto de optimismo y felicidad”. Dicho de otro modo, el Bafici es un festival twee. Ahora lo saben.