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sonoridad

La música del Universo

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Leo apurado una nota de divulgación científica acerca de los agujeros negros. Leo de través, salteando renglones, buscando datos sobre un aspecto particular del asunto. El dato no aparece, pero a cambio de lo que no encuentro descubro que los agujeros cantan, es decir, que sueltan una nota, la  nota más larga, antigua y baja del Universo. Por supuesto, resulta más atractivo encontrarse con lo que no se esperaba que refrescar un dato que más o menos uno conocía. De la lectura total de la nota salgo con una impresión poderosa: la música del Universo, de la que hablaron los pitagóricos, no sólo está producida por el movimiento de los planetas, sino que, sobre todo, los mantiene unidos. La música es el elemento de unión, la plasticola vibratoria que impide que nos dispersemos en los confines de la nada.

Por supuesto, imprimo la nota y la guardo, seguro de que me apropiaré de alguna información cuando escriba algo. Semanas más tarde la releo y descubro que la primera vez leí mal o entendí lo que quise: la música ya no es el elemento de unión universal, sino un factor administrativo. Al sonar, esa nota perpetua –si bemol, 57 octavas menor que la do central–  calienta los gases y los conjuntos intergalácticos, tanto, que demora la formación de nuevas estrellas. No sé por qué se produjo ese efecto de comprensión desviada, y la única explicación que me doy es que la primera versión me pareció más bella. Muchos científicos dan por válida una teoría sólo cuando alcanza una formulación clara y elegante.

Recuerdo las clases de música en la escuela primaria, el pequeño vértigo que me asaltaba ante la evidencia de mi absoluta incapacidad para comprender la notación. El pentagrama y las corcheas, fusas, semifusas, me evocaban el tendedero donde quedaban colgando en invierno los broches en espera de los días de sol, cuando se colgaba a secar la ropa recién lavada.  Para aprender los palotes de esa notación, la maestra nos mandó a comprar un cuaderno pentagramado, de marca rimbombante: Histonium. Cada cuaderno transcribía en su contratapa una breve biografía de algún gran compositor. Me acuerdo de la sonoridad del primer nombre que leí, el de un alemán: Gluck. Algo parecido debe sonar cuando un agujero negro se traga a una estrella. Nunca aprendí a leer y escribir música, pero al menos ahora sé que para escribir uno debe leer de manera errónea.

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