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La noche más oscura

Al Alvarez fue uno de los primeros críticos que vieron un poema de Sylvia Plath y una de las últimas personas que la vieron viva.

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Al Alvarez fue uno de los primeros críticos que vieron un poema de Sylvia Plath y una de las últimas personas que la vieron viva. El poema se publicó en una antología en The Observer –donde Avarez escribía–, y poco después el autor conoció al matrimonio Plath-Hughes. Hay por lo menos tres libros de Alvarez traducidos al español: El dios salvaje, donde cuenta sus encuentros con Plath y hace un largo análisis sobre el suicidio –Alvarez tuvo un intento de suicidio también, era del club–; Poker, donde narra la crónica de una serie mundial de este juego de mesa; y uno reciente editado por Fiordo, La noche, un estudio hermoso y profundo sobre los miedos y vicisitudes de lo que sucede cuando el sol se va.

Al Alvarez es un poeta tremendo. Esto se puede afirmar aunque uno no haya leído nunca un poema suyo. Como pasa con Borges, sus ensayos son poemas de larga respiración. El invierno en que muere Plath, uno de los más fríos de Inglaterra de los últimos tiempos, él describe así la situación: “El rumor gástrico del agua en los caños obsoletos era más dulce que el son de las mandolinas. A igual paso, los plomeros eran más caros que el salmón ahumado y más difíciles de encontrar. Flaqueaba el gas. Flaqueaban las bombillas y, por supuesto, era imposible conseguir velas. Flaqueaban los nervios y se desmoronaban matrimonios. Por último flaqueba el corazón”.

En Poker escribe que después de que se fue su juventud –Alvarez es octagenario– le cuesta más concentrarse: “Ahora soy viejo, mi capacidad de concentración ya no es la misma y necesito mis horas de sueño, así que no voy a las salas de poker de los casinos con tanta frecuencia. Afortunadamente para mí, internet ha convertido el poker en una moda internacional, lo juegan en línea millones de optimistas a cada hora del día y de la noche en todo el mundo”.

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La llegada de la noche es el centro del tercer libro citado acá. Empieza así: “En los últimos cien años hemos perdido contacto con la noche”. Está hablando de la noche total, cuando no existía ningún tipo de iluminación. Eso que hemos perdido está guardado en nuestro cerebro y en el corazón de la especie: a veces vuelve como insomnio o como diferentes trastornos retóricos del sueño.

El Flaco Aroldi, un amigo de mi papá y actor de culto de nuestra familia, nos dijo una tarde mientras el sol caía a pique sobre el patio de mi casa: “A mí me gusta la noche, habría que ponerle un toldo a Buenos Aires”.