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La nueva zanja de Alsina

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Apenas puse el pie en la calle, pisé mal y me doblé el tobillo. Una vez que recuperé la posición vertical que tantos años le llevó conseguir al hombre, me fijé que las baldosas estaban perfectas. ¡Ah! Seguro me caí en La Grieta que separa a los argentinos. La Grieta no siempre es algo físico, ocurre casi en una segunda dimensión, diría más bien que sucede en la second life, es decir, en las redes sociales: ahí justo donde no sucede nada pero para muchos pasa de todo. La Grieta es metafísica y puede ser también un holograma. Mucha gente que te insulta por Twitter, Facebook o lo que sea, después cuando te ve por la calle te abraza emocionada. Parece que internet propicia el gatillo fácil sobre el teclado. Cosas que uno dice con el dedo pero no puede sostener con el culo. Nuestro país es fanático en grietas. Menotti o Bilardo, Maradona o Messi, Pergolini o Tinelli, River o Boca, peronismo o radicalismo, kirchnerismo o macrismo. Qué bueno y tranquilizador que la realidad esté parcelada de maneras tan evidentes, ¿no? Entre 1876 y 1877, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, Adolfo Alsina, entonces ministro de Guerra de Nicolás Avellaneda, proyectó y puso en marcha una estrategia defensiva contra el malón que se llamó Zanja Nacional al principio y después, ya en la historia, Zanja de Alsina. Aún hoy, en algunas zonas como Trenque Lauquen se puede ver restos, montículos de tierra, residuos materiales de la famosa zanja. La zanja no sirvió de mucho para detener al malón, mucho más hicieron el Remington y Julio A. Roca. Estaría bueno recordar esto. Cuando La Grieta se vuelve inservible, es el fascismo el que surge para poner las cosas en su lugar. El fascismo se nutre, precisamente, de La Grieta. Hay una novela extraordinaria de Gustavo Ferreyra que se llama El desamparo; trata, a grandes rasgos, de dos destinos individuales pero sucede en una ciudad muy parecida a Buenos Aires, donde la municipalidad de turno está construyendo un muro para separar a la gente de la provincia de la gente de la capital. En ese entonces, eso, me pareció lo más débil de la novela. Pero claro, Ferreyra es un genio, probablemente el único escritor argentino que está a la altura de cualquier clásico mundial y, como me dijo una vez Leónidas Lamborghini en su departamentito de Once, “Ojo, Casas, que la poesía a veces es adivinatoria”. Ferreyra hablaba de La Grieta. Y Grieta Garbo, ¿no podría ser un personaje de Diego Capusotto? Una mujer desbocada, prima hermana de Violencia Rivas que pudre las reuniones y separa a los amigos. Porque La Grieta, cuando aparece, no tiene dudas. Está construida, como diría Ezra Pound, de sólida piedra. Nadie que esté caído en La Grieta piensa contra sí mismo. Voy a hacer una conjetura: hace poco salió una nota en un diario donde contaban la historia de Lucas, un chico que vivía en la calle con su madre y que, a pesar de tener la cancha inclinada desde que se levantaba hasta que se acostaba, había conseguido saltar La Grieta y terminar la primaria. Lucas, contaba el periodista, estudiaba bajo un árbol y dormía en un auto que un vecino solidario le prestaba a su madre para que no los agarrara el frío o la lluvia. Yo creo que ésa es la única grieta que existe. Existe desde que nací y hasta ahora ningún gobierno de los que se han sucedido la ha atacado de verdad. Es La Grieta que divide a los que no tienen nada de lo que tienen resuelta todas sus necesidades básicas y por eso pueden pasar largas horas tuiteando a diestra y siniestra en el ciberespacio. Hay una serie que se llama House of Cards. La protagoniza un diputado inescrupuloso. La serie es una vindicación del capitalismo. Está narrada sin voz en off, en tercera persona, hasta que, de golpe, en un gesto que se pretende vanguardista pero es infantil, el protagonista mira a la cámara y le habla al espectador para remarcarle lo que todos ya sabemos: que muchos políticos son seres impotentes que utilizan la tristeza de la gente para gobernar.