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La palabra, esa estrella en el universo periodístico

La columna del ombudsman del domingo 24 (aniversario del golpe cívico-militar que abrió uno de los más brutales períodos de la historia argentina) concluía: “… memoria, verdad y justicia son mucho más que palabras”.

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Lenguaje. Un vocabulario amplio enriquece y potencia el valor de la noticia. | cedoc

La columna del ombudsman del domingo 24 (aniversario del golpe cívico-militar que abrió uno de los más brutales períodos de la historia argentina) concluía: “… memoria, verdad y justicia son mucho más que palabras”.

La palabra bien aplicada constituye una de las patas sobre las que se asienta el buen periodismo. Las otras son la ética y la adecuada administración de los datos que constituyen una noticia. Sin estas dos últimas, es posible hacer periodismo –se trata de transmitir lo que pasa a un ignoto número de destinatarios, con la mayor aproximación a la verdad–, pero sin la palabra bien empleada, sin un texto claro y conciso, ese mensaje llegará con rasgos desprolijos, carentes de la belleza que aporta un amplio dominio del lenguaje, un vocabulario rico y variado. El idioma español tiene casi trescientas mil palabras/conceptos diferentes (sin contar variaciones ni tecnicismos o regionalismos), pero en nuestra comunicación cotidiana utilizamos solo y con suerte unas trescientas, es decir, cerca de un 0,1%. Una persona de habla hispana medianamente culta emplea unas 500 palabras diferentes para comunicarse. Un periodista con buen manejo del lenguaje, unas tres mil. Miguel de Cervantes Saavedra, el autor de El Quijote, utilizó ocho mil en toda su obra. La riqueza queda expuesta en estas cifras.

Uno de mis maestros en este oficio definía al periodista como una persona culta que sabe preguntar. Simplificación por cierto brutal pero bastante cercana a la realidad: ser culto implica dominar el lenguaje con el que un periodista se comunica con sus fuentes y con la sociedad. Darle a cada palabra el más preciso sentido según su etimología y origen hace del periodista el gran interlocutor de los pueblos, porque su condición de correa de transmisión entre la noticia y sus destinatarios lo instala en un lugar comprometido con el buen ejercicio de la profesión.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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Decía al comienzo de este texto que hay palabras que son mucho más que eso porque representan símbolos, claros símbolos incomparables y únicos: decir desaparecido connota la exacerbación de la violencia institucional; decir 30 mil no es una cifra sino una expresión fuera de toda duda; si decimos Salta y Tucumán hablamos de algo más que dos provincias argentinas: son hitos en la guerra por la independencia; y decir Vilcapugio y Ayohuma definen la derrota; si decimos Tiananmen sintetizamos una lucha por la libertad de pensamiento, y si decimos Tlatelolco nos remitimos a la matanza de estudiantes en una plaza mexicana, más que a la plaza misma que le da el nombre. Y así, ad infinitum: Laika, Apolo XI, Waterloo, Stalingrado, Normandía, Kristtalnacht (término alemán que significa “cristales rotos” y se asemeja por sus trágicas consecuencias sobre las comunidades judías al pogrom ruso). En este último ejemplo, se muestra cómo palabras en un idioma son asumidas como propias en otro.

En estos tiempos, la palabra enaltece a periodistas que la emplean para ofrecer al público lo mejor de su condición. O envilece sus intenciones cuando se la utiliza para transmitir discursos únicos, consignas vacías de contenido, argumentos que no son tales sino meras repeticiones de discursos vacuos.  

Decía el maestro de periodistas polaco Ryszard Kapuscinski: “En el buen periodismo, además de la descripción de un acontecimiento, tenemos también la explicación de por qué ha sucedido; en el mal periodismo, en cambio, encontramos solo la descripción, sin ninguna conexión o referencia al contexto histórico”. ¿Cómo lograrlo? Con una buena pluma:  “En cada artículo –definió José Martí– debe verse la mano enguantada que lo escribe, y los labios sin mancha que lo dicta. No hay cetro mejor que un buen periódico”.