COLUMNISTAS
LA LARGA AGONIA DE RACING Y aquelLOS QUE INCUBARON SU ENFERMEDAD

La peste

Cierta prensa especializada en deportes, siempre tan proclive al énfasis, suele denominar “era” a la gestión de un técnico en un equipo cualquiera; llama “referentes” a futbolistas con personalidad, “caracterizados” a barrabravas profesionales y “mundo” al pequeño hábitat donde se desarrolla el cotilleo y las internas de cada club.

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“La plaga no está hecha a la medida del hombre. Por lo tanto el hombre dice que la plaga es irreal, que es un mal sueño que tiene que pasar”
De La peste (1947),  Albert Camus (1913-1961).

Cierta prensa especializada en deportes, siempre tan proclive al énfasis, suele denominar “era” a la gestión de un técnico en un equipo cualquiera; llama “referentes” a futbolistas con personalidad, “caracterizados” a barrabravas profesionales y “mundo” al pequeño hábitat donde se desarrolla el cotilleo y las internas de cada club.
El Mundo Racing, que de él hablaremos, es una universalidad de características muy particulares. Un extraño lugar donde, si algo puede salir mal, saldrá peor. Una tragicomedia de guión ya previsible, con villanos impiadosos, héroes con inhibición crónica, incomprensión divina, falsos profetas, ladrones sin guante y pasiones arrebatadoras. El amor no ha servido para frenar los males, al contrario. Racing se diluye, se hunde con una lentitud casi estética. Es la Orán de Albert Camus, una ciudad arrasada por una plaga que pone a prueba el valor, la entereza y la fe de su gente. La vieja historia que vuelve a repetirse. Una pesadilla circular, perfecta.
Hay cosas que sólo pueden ser explicadas por la total ausencia de pudor. Los personajes son increíbles. Fernando de Tomaso por ejemplo, el dueño de Blanquiceleste, hombre de sonrisa nerviosa y optimismo de bijouterie, reduce la desastrosa situación a una cuestión de suerte. “Vamos mejorando. Si la pelotita entrara más seguido, todo sería diferente. Pero no entra y entonces pasan estas cosas”, recita. Caprichos. Minucias. La pelotita no entra, y para colmo varios chequecitos suyos vuelan por los aires de la república, según denuncian sus acreedores. Para la Justicia son 16, y siguen las firmas. Mostaza Merlo, el hombre de la estatua y los equipos feos, harto de bicicletas, pidió la quiebra de la empresa. No es el primero, ni será el último. Si la pelotita entrara, obediente, y los chequecitos tuvieran fondos, quizá todo sería diferente. Como no.
Fernando Marín fue el primer gerenciador. Llegó y zas, rompió el maleficio: Racing campeón después de 35 años. Se fue hace un par de años, desencantado. Dicen que dice que perdió dinero. La gente todavía lo insulta. También él sumó su demanda al ex partner, por falta de pago en el traspaso de acciones. ¡Qué jugadores!
Daniel Lalín es un señor maduro, de cabeza rapada y aspecto juvenil. Suele usar jeans cancheros, botas texanas, aritos y unos lindos anteojos sin montura que alguna vez fueron destrozados por un redoblante, certeramente arrojado por un anónimo francotirador mientras él hablaba con la prensa. Se hizo conocido en 1995, durante la gestión de Osvaldo Otero, aquel secretario de Deportes de Alfonsín que hizo lo imposible por echar a Bilardo antes del Mundial de México. Después, fue presidente y el club estalló en sus manos. Contador, multiempresario, ex funcionario de Grosso en la Municipalidad, no suele aceptar límites a la hora de darse lujos: alguna vez compró La Maga, una revista de cultura, y lo primero que hizo fue mandar en tapa un reportaje a Eduardo Duhalde, su jefe político. Hábil con los números, no parece tener problemas de efectivo. Alguna vez le prestó algunos millones al club “para que me los devuelva cuando pueda”; y también varios jugadores suyos. Ajá. Ahora reapareció. Quiere ser candidato. Insiste en poner plata de su bolsillo. Dice que gana.
Juan De Stéfano llegó con el equipo en la B y fue presidente durante una larga década sin elecciones. Hombre de la UOM, secretario de Gobierno de Victorio Calabró en Buenos Aires, preso de los militares, De Stéfano es otro sorprendente caso de ascenso social. Manejó Racing a su estilo, con mano fuerte y perfil alto. Así armó el último gran equipo, el de la Supercopa de 1988 dirigido por Basile. El talento era Rubén Paz pero el equilibrio se lo daba el 5, Ludueña; un morocho de fino toque a la brasileña, pero duro a la hora de pelear sus contratos. Una tarde, un par de balazos perforaron el baúl de su auto y se acabaron las discusiones. Ludueña huyó a Independiente. Entonces De Stéfano trajo al talentoso Teté Quiroz, seguro de que su compadre Coco, ya en la Selección, lo convocaría. Por alguna razón, Basile no lo hizo y los viejos amigos se pelearon. El pase de Quiroz estaba a nombre de una señora que pocos conocían. El presidente, siempre al tanto de todo lo que pasaba en la institución, seguro que sí. Detalles. Cosas del pasado.
¿Es inevitable la catástrofe? No. Sólo es posible. Racing puede salvarse, claro. Imaginemos que así será, para el desahogo y la euforia de su gente. Pero cuidado, colegas de pasión. Repasemos lo que escribe Camus en el final de La peste.
“Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada”, advierte, para hablar después del mal que no muere; que permanece, que espera pacientemente: “...y puede llegar un día en el que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
Un pesimista, se sabe, no es más que un optimista con información. A no desesperar. Es sólo cuestión de estar atentos. Pensar; hacerse fuerte en la memoria, repasar la historia. De todos modos, estas cosas pasan solamente en Racing, ¿no es cierto?
Sí, claro. En Racing; y en ciertos países sufridos e inexplicables, tan fascinantes o enamoradores; que usan la misma camiseta, justo, mirá vos, esos mismos colores.

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