COLUMNISTAS
Tregua caliente

La porno-política

Cristina ya está en París. Tiene merecidos de sobra el descanso y los paseos de hoy: estuvo atravesando días terribles. Y mañana bien temprano estará emperifollándose para ir a almorzar con Nicolas Sarkozy.

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Cristina ya está en París. Tiene merecidos de sobra el descanso y los paseos de hoy: estuvo atravesando días terribles. Y mañana bien temprano estará emperifollándose para ir a almorzar con Nicolas Sarkozy. Será imperdible el momento (si se da, ojalá se dé) del intercambio de un beso en cada mejilla con Carla Bruni. Quiero suponer que, en otras circunstancias, en ese mismo instante Cristina sería más Cristina que nunca. Y hasta que eso nos haría, de algún modo, más felices.
A Carla Bruni le encanta “querer a un hombre con poder nuclear”, confesión que vino a confirmar que existe una erótica del poder. De ningún otro modo se entendería cómo alguien tan parecido a mi amigo Luis Majul puede llevar del brazo a semejante bombón.
Pero el erotismo del poder es un fenómeno que va mucho más allá de la atracción que puede generar alguien poderoso en otro alguien más común, en términos personales, individuales. Porque para tener poder, primero hay que seducir, luego conquistar, y recién después ver cómo se ejercen los atributos. De nada más que eso se trata el ínterin que va de una campaña electoral a la asunción, por caso, de una presidencia: de un montón de palabras, contoneos, provocaciones, excitaciones y mimos destinados a terminar, mal o bien, en las urnas.
En el lenguaje politológico, a los electorados esquivos hay que “penetrarlos”. En el argot político más vulgar (el que hablan los dirigentes cuando el periodismo no los ve o sí, pero pacta un off the record), a los rivales menores y a ciertos aliados difíciles hay que “acostarlos”. Y a los enemigos, igual que en el fútbol, sólo queda romperles el… esquema defensivo. Sólo así se explica que, en Parque Norte, los muchachos le hayan exigido a una Cristina sudada como nunca que “ponga huevos”. Ella misma se sintió incómoda ante el reclamo de la popu, temerosa de que el cambio de género implique una intolerable deserotización.
La polémica sobre dónde queda el límite exacto entre el erotismo y la pornografía es tan viejo como la cultura moderna. Los griegos, por ejemplo, no hablaban de pornografía, acaso porque la ejercían como una tendencia de lo más cool, a diario, en los ratos libres que les dejaban la elaboración de pensamientos trascendentes y las guerras. Lo concreto es que, si tanto se ha dicho y escrito sobre esa polémica frontera que a la vez define la mojigatería conservadora o el moralismo judeo-cristiano, es que la hay. El tema es si la ubicamos más acá o más allá.
Tiendo a creer que el salto imperceptible de una cosa a la otra (de lo erotizante a lo chabacano, me explico) depende de la creatividad o de los recursos arriesgados para “calentar” a la platea. O a la asamblea. O, más bien, de la carencia o mala calidad de ambos.
Tiendo a creer, yendo al grano, que el límite entre la política y la porno-política fue violado de modo ascendente durante los últimos 20 días de protesta agraria y crisis de autoridad.
Espantan la falta de creatividad y la carencia de recursos renovados desplegadas por el kirchnerismo, cuando decidió darles carta blanca a Luis D’Elía, Emilio Pérsico y sus Piquete Boys. El Gobierno dejó clarísimo en la Plaza de Mayo, parapoliciales mediante, que el solo hecho de oponérseles puede costar carísimo, mientras la Policía mira de reojo. Cualquiera puede quedar con el cráneo o el tabique nasal partido si “se hace el loco”.
¡¿Ahá?! ¿Y cuál es la novedad?
(Así de atónito suelo quedar ante una película porno de las berretas, y aún más si hay mucho cuero, mucha máscara y mucho látigo. Aunque sobre gustos…)
Desde luego que los amigos del interior profundo no exhibieron un mejor handicap. El más racional de sus líderes, Eduardo Buzzi, de la combativa e histórica Federación Agraria, llegó a ufanarse en rueda de prensa de que el campo ya había demostrado estar en condiciones de matar de hambre el resto de los argentinos, llegado el caso, sólo que el caso no había llegado porque “los niños necesitaban llenar sus mamaderas todos los días”.