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La república de los niños

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¿Y si existen tantos pibes chorros, por qué no habrían de existir también tantos otros niños policías? Tal vez habrá razonado de esta forma el capellán Adrián Marí, cuando en la preciosa ciudad de Esquel decidió dar entrenamiento policial a los purretes que cada sábado quedaban a su gentil cuidado. Les procuró chalequitos antibalas, les enseñó a desfilar con vista al frente, los inició en el severo arte del tackleo y la inmovilización del prófugo. ¿Por qué no, qué tiene de malo?, se habrá preguntado, y quizás se lo pregunte todavía, al verse desafectado de sus funciones por el ministro de Gobierno de la provincia de Chubut.

Tratándose de la álgida cuestión de la seguridad, una fuerte premisa se activa: en materia de seguridad, la infancia según parece deja de ser un factor decisivo. La prueba está en que, cuando hay un niño que delinque, no son pocos los que opinan que no importa que se trate de un niño; que es preciso percibir solamente al delincuente, y proceder en consecuencia: apresarlo como a cualquiera, someterlo a un tribunal ordinario, encerrarlo en una cárcel común. ¿Por qué no, qué tiene de malo?, se preguntarán también quienes así razonan acerca de los niños policías, junto con el padre Marí, los padres de los niños afectados, las setenta personas que marcharon a favor del proyecto en Esquel, y puede que Micky Vainilla.

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Muy bien, se trataba apenas de un juego. Es lo que ha tenido a bien explicar Marí: que se trataba de un simple juego destinado a que los chiquilines “sacaran al policía que llevan adentro”. Sea: los niños por lo común juegan a ser policías. Permítaseme esta confesión personal: yo he sido Hutch durante un tiempo considerable, con la complicidad de mi vecino Hernán, que por igual lapso fue Starsky. Pero en los códigos de la niñez, jugar al policía es lo mismo que jugar al ladrón, hasta el punto de crearse un port-manteau (“poliladron”) que así lo expresa. Si a estos niños se los hacía desfilar para que sacaran al policía que llevaban adentro, ¿qué se hacía con la parte del ladrón? ¿Se la dejaba adentro? ¿Se le cobraba una cuota para liberarle una zona? ¿Se la molía a palos? ¿Se la gatillaba fácil?

El de la niñez es un significante que va y viene por los discursos de la sociedad argentina. La tensión chicos-soldados”no desaparece en los enunciados sobre la guerra de Malvinas, por ejemplo. La palabra “pibes”, por otro lado, parece querer sellar el sentido de lo que pasó en Cromañón. Y en la cobertura actual sobre la toma de colegios secundarios, los medios fueron postergando la palabra “chicos” a medida que el conflicto cobraba importancia, para dar preferencia a “alumnos” o a “estudiantes”.
Existe en la provincia de Chubut una muy penosa historia sobre un cuerpo de niños bomberos: murieron al tratar de sofocar un incendio que fatalmente los superó. El proyecto de una policía infantil acaba en cambio de quedar desactivado, antes de que pasara a mayores.