COLUMNISTAS

La responsabilidad de Occidente

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Unos cuatro mil europeos han adherido a la Yihad islámica, militando en sus países o en Oriente Medio. Se ignora el número de simpatizantes, pero es razonable suponer que la cifra es mucho mayor.

En cuanto al desarrollo político de las varias tendencias islamistas que se dicen de la Yihad, desde el atentado a las Torres Gemelas de
Nueva York, en 2001, un autodenominado Estado Islámico se ha hecho fuerte en un inmenso territorio entre Irak y Siria; en varios países de la región, los yihadistas o próximos tienen una amplia inserción social, comparten el gobierno, lo ejercen o han ejercido. En Europa se han registrado varios gravísimos atentados: Madrid, 2004 (191 muertos); Reino Unido, 2005 (56 muertos); Noruega, 2011 (84 muertos); Bélgica, 2014 (4 muertos); ahora Francia (12 muertos), y numerosos otros menores, con un par de miles de heridos en total. Si alguna vez se concluye que los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA en Argentina fueron obra del yihadismo, la escalada mundial se remonta a la década de 1990.

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Así están las cosas. El Occidente moderno aparece amenazado por una reaparición medieval. Nada nuevo: Hitler fue ungido por el pueblo alemán en 1933, en plena crisis capitalista mundial y en el marco del humillante Tratado de Versailles.

La civilización occidental se vio amenazada entonces por un súcubo de sus entrañas y supo reaccionar, “socialismo real” incluido, con lo mejor de sí misma. Lo que no le impidió acabar la guerra con dos devastaciones nucleares.
La situación se repite, agravada. Aparece un nuevo protagonista, el fundamentalismo, que no es sólo islámico: la extrema derecha política crece en el corazón de Occidente; el fundamentalismo religioso ejerce el poder en la democracia israelí y la crisis del capitalismo, alojada ya en el corazón del sistema, es estructural y va para largo (http://www.perfil.com/elobservador/Medio-Oriente-y-la-doble-cara-de-la-barbarie-20140830-0044.html) (http://www.perfil.com/columnistas/El-fracaso-de-Occidente-20130907-0063.html).

Con el neocolonialismo, la crisis y las injusticias sociales de trasfondo, el rechazo israelí a un Estado palestino y la cárcel de Guantánamo, entre otras muchas iniquidades, representan un Tratado de Versailles al cubo para el mundo árabe y persa. Occidente es responsable de la aparición del nuevo monstruo, aunque le asista la razón civilizatoria.

Pero debe demostrar esa razón. Imaginemos que se crea un Estado palestino, con sincero acuerdo de Israel. Imaginemos que se cierra Guantánamo y que las tres religiones monoteístas comparten Jerusalén y combaten a sus fundamentalistas. La crisis económica requiere de otras cosas, pero al menos la civilización occidental lucharía con sus mejores armas políticas y morales. Lo que no dejaría de influir en la economía.

Parece mucho imaginar, pero lo que no parece es que haya otro modo de impedir que el planeta entero devenga un infierno de guerras, atentados monstruosos, miedo y sospecha permanente.
Sólo avanzando sin pausa en el cumplimiento de esos y otros requisitos, la civilización occidental podría reivindicar incluso su derecho al exterminio, porque de eso puede llegar a tratarse. Criterios morales aparte, al punto en que estamos no parece que pueda evitarse un período extremadamente conflictivo y violento, de imprevisible resolución.

Lo que no puede continuar es el inmovilismo económico y social y esta escalada política de golpe y contragolpe que fanatiza aún más a los fanáticos religiosos y da razones a la extrema derecha de Occidente. Si algún día se llega al “o tú o yo”, y todo acaba en hecatombe, de algún lado deberá estar la razón que, si no justifique, al menos explique el método ante la historia de la civilización.

Otra historia es imaginar qué pasaría de llegarse a ese punto, teniendo en cuenta los medios actuales de exterminio en posesión de todos los bandos.
Ese sí sería asunto para algún Dios.

*Periodista y escritor.