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NEOLIBERALISMO ORTODOXO

La señora Thatcher

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AMargaret Thatcher se la juzga, en la Argentina, por su decisión de devolver con fuerza colosal lo que ella consideraba una declaración de guerra, a partir de la entrada de los soldados argentinos en las Malvinas. Y además ha quedado el odio por su decisión personal de torpedear (fuera del área de exclusión) desde un submarino nuclear al crucero General Belgrano y llevarlo al fondo del mar, junto con una parte de su tripulación. Su nombre no era relevante en el escenario de nuestra política nacional pocas semanas antes. Una multitud que cubrió todos los rincones de la Plaza de Mayo más los políticos que pusieron la cara y la sonrisa (salvo Alfonsín y Frondizi) festejaron el discurso casi vencedor del general Galtieri. Desde el exterior, muchos intelectuales en el exilio y la conducción de Montoneros aplaudieron la acción de fuerza.

Pero aquel momento no define totalmente a la señora Thatcher que participó de un proceso de cambio en las relaciones internacionales, impuso con mandobles el desmembramiento del Estado inglés, se consideró una embanderada de la libertad de mercado a ultranza, cuestionó a los sindicatos, se consagró a una alianza estratégica y geopolítica con Ronald Reagan, el ex actor de cine presidente de los Estados Unidos, y respaldó, casi al final de la Guerra Fría, la gestión de Gorbachov en la racionalización de la achatada producción soviética. El cine británico y algunos pocos libros en castellano han podido mostrar de cuerpo entero el daño irreparable que sus decisiones produjeron en sindicatos, en todo el mundo obrero y en varias profesiones liberales. Mano de obra ocupada fue arrojada sin más a la zanja de la desocupación y los echados no pudieron volver, nunca, en su gran mayoría, a la estructura del empleo en blanco.

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Mucha gente la odió, dentro y fuera de su país. Los patrioteros y nostálgicos del Imperio la felicitaron por su decisión de seguir ejerciendo el poder en las Malvinas. Los argentinos, por su cara impávida mientras sucedían las escenas de enfrentamientos, bombardeos y hundimientos. Esa impavidez explicaba el tremendo error del gobierno militar argentino de creer que Buenos Aires contaba con respaldo de los Estados Unidos antes de desembarcar en Puerto Stanley. ¿Cómo es posible que el poder militar ignorara el puente de oro en la relación de Washington y Londres? Esa falta de entendimiento y comprensión de la realidad dinamitó, de entrada, las posibilidades de triunfo de la Argentina. En el Parlamento, para justificar sus ingentes gastos de desplazamiento de tropas, Thatcher, la líder del Partido Conservador, justificó la acción para “terminar con la dictadura fascista que impera en ese país”. ¿Qué hubieran hecho los laboristas? Si tomamos como ejemplo a Blair, que manejó el timón de Inglaterra años después, seguramente hubiera actuado de la misma manera. Como devolución de amistad Blair acompañó, ciego, todas las campañas militares norteamericanas en el mundo.

Tras la derrota, salvo el respaldo moral de algunas naciones latinoamericanas, Argentina quedó, frente al mundo, oculta, avergonzada y pésimamente considerada en los círculos financieros. Eramos imprevisibles y desmesurados. Los depósitos de dinero de los argentinos en Londres quedaron embargados largo tiempo. Del país para adentro los militares dejaron una “bomba” para que les explotara a los que recuperaran la democracia. El presidente Alfonsín recibió como herencia una inflación indomable del 400% anual y una deuda externa que se acercaba a los 35 mil millones de dólares. Y nula ayuda bancaria del exterior, por desconfianzas en el hemisferio norte.

La señora Thatcher, al igual que Reagan, fueron el mascarón de proa del “neoliberalismo ortodoxo”, que poco tiene que ver con el pensamiento liberal en materia económica. Y también promovieron la globalización a ultranza como panacea universal. Desregularon todo, por derecha e izquierda. Eso, patéticamente, fue como darles patente de corso a los bancos que comenzaron a montar operaciones depravadas, sólo justificadas por la codicia sin límites que terminó en 2007 con una de las crisis financiero-productivas más graves de las muchas que padecimos desde finales de la Segunda Guerra Mundial. La Dama de Hierro ( los primeros en llamarla así fueron los rusos) encabezó un viraje drástico en las reglas de juego de la economía en el mundo, con más perdedores que ganadores.

*Periodista, especialista en Economía.