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La tentación del fracaso

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Cada vez que voy a una actividad literaria se me acerca alguien diferente y me dice que está preparando una biografía sobre Fogwill. Picando en punta, acaba de salir, editado por Mansalva, Fogwill, una memoria coral, de Patrico Zunini. El libro recoge los testimonios de amigos, enemigos, envidiosos, resentidos, admiradores, novios/ novias, de Fogwill. Es muy bueno, de lectura adictiva y se termina rápido. Fogwill, que según se dice que dijo, escribía para no ser escrito, va a terminar siendo escrito incesantemente. Primera derrota. Fogwill, que quería ser el escritor más grande de la patria, es recuperado desde el personaje, pero no desde sus textos, que parecen no atraer lecturas críticas salvo excepciones.
 
Todos quieren saber cosas privadas: si Fogwill tomaba cocaína, con quién se acostaba, en cuánto tiempo escribió Los Pichiciegos. Pero no qué escribió y por qué. Segunda derrota. Una cosa diferente sucede con Juan José Saer. Hay un libro notable de Paulo Ricci, que se llama Zona de prólogos y que, precisamente, es una ristra larguísima de prólogos de diferentes escritores a cada libro de Saer. Todos muy buenos. En este caso, Tomatis, Leto o Escalante –sus personajes– y sus procedimientos de escritura están en primer plano, antes que la vida personal del escritor. Sin embargo, hacia el final del libro, Nora Catelli escribe que la única consagración que obtuvo el proyecto de Saer fue la argentina y que encima le llegó tarde. Otro fracaso. Estamos bien acompañados