COLUMNISTAS
catastrofes

La teoría de la berenjena

Oriol, un amigo catalán, tiene pánico a los aviones. Pero ha notado que las estadísticas de personas que hayan muerto llevando una berenjena en el bolsillo son realmente bajísimas, casi tendientes a cero. Así que vuela siempre con una berenjena en la campera.

Rafaelspregelburd150
|

Oriol, un amigo catalán, tiene pánico a los aviones. Pero ha notado que las estadísticas de personas que hayan muerto llevando una berenjena en el bolsillo son realmente bajísimas, casi tendientes a cero. Así que vuela siempre con una berenjena en la campera.
Escribo esta columna en un avión y amontonado sobre mí mismo, ya que el pasajero de adelante ha decidido reclinarse pese a las malas noticias imperantes: parece que salía algo de humo de una conexión eléctrica, y el piloto ha abortado nuestra ruta a casa, y regresa al ya remoto punto de partida: Frankfurt. Cuanto más asegura que es sólo precaución, más lamento no haber traficado la berenjena.
Desconectan todo lo que no sea imprescindible. No veremos la película con Jennifer Aniston, pero estamos de acuerdo en clasificarla como prescindible. No veremos tampoco dónde mear, porque los baños están en penumbra y hacerlo al voleo o con la puerta abierta, no sólo es desagradable sino también poco ético en momento semejante. Mientras el avión empieza a oler, me visitan las pesadillas recurrentes: en 2006 tuve un incidente aéreo muy parecido. Fue en el Triángulo de las Bermudas y terminó en un aterrizaje de emergencia que prefiero no invocar con palabras. Si vale la pena hablar, lo escribiré cuando me reponga de este regurgito de hoy.
Querido lector en diferido: para usted no hay peligro en mi relato; si está leyendo esta columna es que llegué a salvo a alguna tierra. Así de básica es la literatura. Pero para mí, aquí y ahora (dos coordenadas que los relatos no logran traducir) las cosas se ven muy de otra manera. Doblado sobre el teclado, surco a oscuras el Mar de Vizcaya, mientras el piloto arroja implacable todo el combustible que sobrará, contaminando marisco vasco.
¿Por qué no le habré hecho caso a Oriol? ¿Por qué la superstición de otro no funciona en uno? Busco en el bolso algo que guardarme en el bolsillo, algún camafeo de similar placidez matemática. Pero ni la última, magnífica, inclasificable obra de Wallace Shawn, ni unos sobres de té blanco al maracuyá –si bien muy exóticos– tienen la contundencia redonda de la berenjena, tan ajena ella a la escena de una catástrofe aérea.