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La tierra y la escritura

Este año el cultivo de soja volvió a ser récord. Según informa el diario La Nación en su edición del sábado 16 de febrero, “la soja ya ocupa la mitad de la tierra sembrada y llega a cubrir 16,9 millones de hectáreas, unas 650.000 más que el año anterior”.

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Este año el cultivo de soja volvió a ser récord. Según informa el diario La Nación en su edición del sábado 16 de febrero, “la soja ya ocupa la mitad de la tierra sembrada y llega a cubrir 16,9 millones de hectáreas, unas 650.000 más que el año anterior”. El precio de la tonelada es de alrededor de $ 1.040, y teniendo en cuenta que la cosecha se estima en unos 47 millones de toneladas, se puede inferir que el sector agropecuario le aportará al Estado, en concepto de retenciones a la soja, unos 16.000 millones de pesos. Un negocio redondo para todos. La Nación también indica que a la oleaginosa “algunos especialistas le dicen ‘yuyo’ por su fácil cultivo y por la capacidad de la planta para soportar condiciones climáticas severas”, y luego agrega otro dato clave: “más de la mitad de las tierras cultivadas están dedicadas a la soja”. ¿Vamos hacia el monocultivo? ¿Nos volveremos como Cuba con el azúcar? ¿Brotarán entre nosotros los Lezama Lima y los Virgilio Piñera? ¿Y quién va a ser nuestro Heberto Padilla? Por momentos en la Argentina todo se vuelve demasiado trivial: un país gobernado por sólo dos o tres personas que toman todas las decisiones en función de sólo dos o tres variables (dólar alto, retenciones altas, mucha soja).
Entre tanto, las tierras no rotan, ni se manejan adecuadamente los suelos, lo que a mediano plazo terminará afectando la calidad de la tierra (de la tierra y de muchas otras cosas más importantes). Argentina nuevamente vuelve a ser el granero del mundo (ahora el mundo no es Inglaterra sino China), pero no demasiadas discusiones intelectuales ni sociales parece insinuarse sobre este tema central, fuera de algunos ámbitos académicos. En los 90 los cambios estructurales fueron tan evidentes que nadie podía no darse cuenta de lo que estaba pasando. En cambio ahora todo tiene un tono solapado, discreto, elusivo. Quizá la explicación se deba a que en los 90 los cambios estructurales estaban acompañados de transformaciones superestructurales, ideológicas y mediáticas (a las que la mayoría de la población adhirió en las elecciones de 1995 y 1999, ya que la línea de continuidad entre el menemismo y la Alianza es notoria), mientras que ahora el discurso político, la palabra pública, y la estética mediática funcionan más bien como encubridores de las inmensas y nuevas transformaciones estructurales que atraviesan la sociedad.
¿Y la literatura en todo esto? Los puntos de contacto entre la tierra y la escritura son bien conocidos: cultura, agricultura; campo literario, campo terrateniente; Feria del libro, ExpoAgro. No hay por qué descartar que prontamente, al igual que sobre la soja, se publiquen notas como ésta: “La literatura este año también es récord: más de la mitad de las novelas publicadas son exactamente iguales, están escritas con el mismo estilo, con las mismas tramas, están representadas por los mismos agentes, fueron publicadas en las mismas editoriales, ganaron los mismos premios y recorrieron los mismos tribunales”. ¿Una exageración? ¿Y quién hubiera dicho hace 15 años que la soja ocuparía el lugar que hoy tiene? Volviendo a La Nación –al diario, claro está–, el último párrafo de la nota señala otro dato interesante: “la soja es un producto poco relevante para la inflación, dado que el 95% de la producción se exporta (el grano y el aceite se envían mayormente a China, y la harina a Europa e India, donde es utilizada como alimento animal)”. Aquí la analogía se vuelve más complicada: ¿la literatura como alimento animal? No, claro que no (no es lo suficientemente balanceada). La clave del asunto reside en que la soja no interviene en la formación de precios, en la inflación (siempre según La Nación, por supuesto). El fetichismo de la soja: un fenómeno que modifica las cosas de manera absolutamente estructural, sin embargo no es visible en nuestra vida cotidiana. ¡Como la literatura! ¿Nos estaremos convirtiendo también en el granero del mundo de habla hispana de las malas novelas?