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La timidez como forma de egocentrismo

Según Burkeman, la forma más aguda de reticencia egocéntrica es la timidez extrema, que podría resumirse en esta sentencia: si nos dejamos bloquear por la idea de que todos nos juzgan, ¿no estamos sobrevalorando lo importantes que somos para ellos?

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“Años conviviendo con estadounidenses al final me convencieron de que el comportamiento que ellos tienen frente a uno de los grandes dilemas de la vida es el correcto. Cuando estamos en un restaurante, ¿es correcto devolver a la cocina un plato si no vino como lo habíamos pedido, es decir, frío si debería estar caliente, cubierto de queso si lo habíamos pedido sin queso? Naturalmente, el terror nuestro, los británicos, de hacernos notar está tan profundamente radicado en mí que la sola idea me oprime el estómago. Pero al final lo que me convenció fue haberme dado cuenta de que por lo general ese terror es una forma de egocentrismo.”

Así comienza Oliver Burkeman su artículo publicado en el Guardian hace unos días acerca de cómo muchos se comportan de manera egocéntrica incluso sin percatarse. O disfrazando ese egocentrismo de falsa modestia. En su opinión, muchos se creen tan importantes que se preguntan si devolviendo un plato frío no le estarán arruinando la comida a la gente que los acompaña, o si no le estropearán el resto de la noche al camarero o traumatizarán a todo el personal de la cocina. Burkeman cree que no son tan importantes, y que en todo caso al pensar así están siendo presa de lo que él llama la “reticencia egocéntrica”: el miedo de convertirse en el centro de atención parte del presupuesto de que uno ya lo es.

La reticencia egocéntrica aparece también en un estudio sobre la gratitud, del que surge que las personas por lo general subestiman cuánto placer puede proporcionar dar las gracias por escrito. Dos psicólogos de la Universidad de Chicago, Amit Kumar y Nicholas Epley, le pidieron a un grupo de personas que le mandaran un agradecimiento escrito a alguien que había hecho algo importante para ellos, que de un modo u otro había dado un vuelco a sus vidas. En la mayoría de los casos, las personas pensaban que sus palabras no habrían proporcionado tanto placer a los destinatarios, y que los habrían puesto en una situación incómoda. Incluso en el contexto aparentemente altruista de una expresión de gratitud, los remitentes no podían dejar de pensar en ellos: estaban permitiendo que sus egos sabotearan una iniciativa que hubiese hecho felices a ambos.

Según Burkeman, la forma más aguda de reticencia egocéntrica es la timidez extrema, que podría resumirse en esta sentencia: si nos dejamos bloquear por la idea de que todos nos juzgan, ¿no estamos sobrevalorando lo importantes que somos para ellos?

En un famoso experimento, estudiantes que llevaban una remera con la cara de Barry Manilow (no se me ocurre un equivalente, tal vez sería parecido a que nosotros nos paseáramos con una remera con la cara de Camilo Sesto) debían atravesar lugares llenos de compañeros de clase. Las personas que vieron la remera fueron alrededor de la mitad de las que estimaba quien la llevaba. Como dijo una vez la actriz Penélope Keith durante una entrevista, “la timidez es típica de quien se siente el centro del mundo” (frase a la que al parecer la periodista Sadie Stein atribuye el mérito de haber curado su timidez; a lo mejor, después de todo, las palabras pueden cambiar algo).

Burkeman concluye su artículo con una corta serie de consejos: “Manden un agradecimiento por escrito. Llamen por teléfono al amigo que acaba de sufrir una pérdida (pensar que de ese modo no harán más que recordarles la pérdida es otro clásico caso de egocentrismo). Embárquense en la actividad de voluntariado para la que temen no estar a la altura. Y devuelvan el plato en el restaurante. Ser modestos está bien, pero a veces hace falta bajarse del pedestal”.