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La trompeta sonará

Händel compuso El Mesías en 1741, en 24 días, para un estreno en Dublín, en un concierto de beneficencia.

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Händel compuso El Mesías en 1741, en 24 días, para un estreno en Dublín, en un concierto de beneficencia. Se había exiliado tras abandonar Inglaterra, donde la aristocracia había decidido hacerle el vacío. El libreto, de Charles Jennens, es un copy-paste de partículas escogidas de los Evangelios de la Biblia. No hay argumento, ni mucha responsabilidad narrativa, ni mucho razonamiento. Lo que sí hay es recorte. Y un paisaje de violencia, injusticia y enfrentamiento muy clásico. En realidad, el texto de El Mesías me parece bastante una porquería. De todas las posibles enseñanzas, anécdotas y complicaciones de esa obra literaria conjunta y anónima que es la Biblia, Jennens ha recortado una retórica: habla de sumisión, de doblegar, de venganza: “Tú los romperás con vara de hierro; tú los quebrarás en pedazos como vasija de alfarero. ¡Aleluya!”. Un incitador.

También está muy, muy preocupado por el asunto de la putrefacción y varias arias se dedican a explicarle al público irlandés (y con él, al mundo entero) que con la última trompeta los creyentes llegarán a Dios en carne intacta y no como zombies, un asunto que ha requerido siempre de gruesas explicaciones para contradecir la biología, ciencia que curiosamente parece ir contra la propia Creación.

La gimnasia de las fusas para meter las abigarradas sílabas de “incorruptible” o “incorruption” en medio de los monosílabos de los que está hecho mayormente el inglés son un prodigio del barroco. Pero el éxito de esta retórica fue inmediato: Londres volvió a venerar a Händel y la obra se extendió por todo el universo. El texto es abstracto, habla de llagas, de ungidos, de escupitajos, pero nada dice –por ejemplo– de echar a los mercaderes del templo o de no adorar falsas imágenes.

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¿Y si en esa abstracción, en esa vacuidad, radicara la adhesión planetaria a esta obra, cuyo Aleluya es el ring tone de bodas y campañas publicitarias?

Probablemente, entre el concierto al que asistí en la semana y el ruido blanco de las cacerolas no haya más relación que la simultaneidad. Pero como de superposición está hecho el pensamiento (ya que no necesariamente la razón) me arriesgo a pensar si el éxito del plan macabro de Cambiemos no se basa también en ese recorte discursivo que –lejos de evitar el conflicto– lo reformula: el trabajo en claroscuro de las imágenes de esta semana ha sido una obra maestra del barroco, que muestra y oculta al mismo tiempo.

La chica que arroja piedras a Maduro en Caracas es llamada la “mujer maravilla” y los que lo hacen frente al Congreso argentino donde se votan leyes de ajuste son “golpistas”.

Llaman a la paz y dejan Callao tapizada de bolsas de escombros y piedras, como una nada sutil puesta en escena para fabricar un escenario de violencia. Infiltran policías entre los manifestantes para tirar piedras y –cuando sus propios compañeros uniformados les machacan un ojo– se desata un crescendo de trinos que ya hubiera envidiado Händel: a la madre del policía –atenazada de impotencia– se le resbala en vivo que su hijo es un infiltrado mandado por el cuerpo represivo, el periodista intenta corregir y relativizar el episodio (el policía –del Departamento de Robos y Hurtos– “hacía una investigación de civil”) y finalmente gana esa coda de silencio, de reverberación de cúpula de iglesia al cual van a parar todas estas voces furibundas.

Las leyes se votan igual, con vara de hierro (o con bala en la pierna, según Miche-tti) porque probablemente gobernadores y diputados que juegan a ser representantes están amenazados con carpetazos y persecuciones judiciales.

Lilita celebró que el voto de estas leyes de ajuste se pudo hacer gracias a que el Gobierno nos salvó del golpe. Macri jugaba al paddle. La violencia orquestada para la primera fila de las cámaras dejaba en la oscuridad a los doscientos mil manifestantes que se oponían en paz al saqueo que el FMI ha enviado por sus intermediarios al Congreso y silenciaba a ese rumor industrial de cacerolas que hoy por hoy parece ser la única música alrededor de la cual los vecinos se reconocen como pares y se sonríen un poco en cada esquina, dándose ánimos.

¿Cómo se llama la historia cuando se repite por tercera vez?