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recalentamiento planetario

La última oportunidad

La contaminación global ha llevado a la Tierra a una situación crítica. Las recomendaciones de un panel de la ONU tal vez representen la única posibilidad de que la humanidad preserve la vida tal como la conocemos.

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Baradero, Río Paraná, 19 de febrero de 1827. Alcides Dessalines d’Orbigny, 24 años, francés, naturalista, recorre América Meridional por encargo del Museo de Historia Natural de París. Le han encomendado completar el trabajo de Alejandro Humboldt en América Ecuatorial. Después de un paso por Buenos Aires, en la que no se habla de otra cosa que de Rivadavia y de la guerra con Brasil, ingresa –pasando por el Tigre– al río Paraná; su admiración nunca pierde intensidad: la lejanía de la otra costa, la densidad lumínica parpadeante de los bichitos de luz; la displicencia con la que los ñandúes picotean en las orillas; la seca y espinosa infinitud vacía que asoma desde las barrancas. En un párrafo de su libro Viaje a la América Meridional, anota, navegando río arriba hacia Corrientes: “Estábamos siempre rodeados de pájaros de toda especie que volaban delante nuestro... la abundancia era tal que debe ser vista para tener una idea”.

Trescientos años antes, Ulrico Schmidel, mercenario austríaco y luterano de la expedición de Pedro de Mendoza, había incluido en su incomparable crónica descripciones aún más asombrosas que las de D’Orbigny.

Fernando Birri y Oski petrificaron en veinte minutos de celuloide una cápsula colorida, dramática y mordaz sobre la primera fundación de Buenos Aires, y de cómo los “tigres”, la naturaleza y los “naturales” pudieron más que el supremo señorío español. El texto de Schmidel, leído por Raúl de Lange con las erres y acentuaciones desplazadas de un empeñoso alemán que quiere leer correctamente un texto en español, es memorable.

Schmidel cuenta que, sin otra presencia que la de los charrúas, reinaba una completa y potente naturaleza, y que la impronta del ser humano era una mera adición, armónica, a la urdimbre de control recíproco de las especies y regulación de sus ciclos. La llegada de los españoles con arcabuces, armaduras y yelmos (ilustrada en el film con música de Piazzolla), irrumpe y quiebra aquella armonía. La  película nos hace “entrar” en aquel pasado nuestro de modo directo y sin adornos. Es una obra maestra.

Berlín, 13 de abril de 2014.  El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático divulga un informe con las opciones viables para que los gobiernos frenen las emisiones de gases, detengan el recalentamiento de la atmósfera e impidan que se supere el umbral de los 2°C de aumento de la temperatura mundial, tope fijado en 2009 en la Cumbre de Copenhague. Desde entonces, las emisiones han creciendo al doble de la velocidad que lo hacían en la última década del siglo XX.

Para apartar del debate a predicadores que, sin suficiente respaldo científico pero con sólidos apoyos corporativos, vocean la inexistencia de riesgo de recalentamiento o desligan a dicho fenómeno de causas humanas, debiera pesar el hecho de que el Panel Intergubernamental es un órgano del sistema de las Naciones Unidas, más precisamente de la Organización Meteorológica Mundial (Ginebra) que recibió el Nobel y que el informe que reseñamos fue preparado por 1.250 expertos de 194 países, incluyendo economistas, científicos y especialistas de muy variadas disciplinas ajenas al tema, cuya característica más destacada es la excelencia.

En su informe anterior, emitido en Estocolmo en septiembre de 2013, el Panel estimó que hay 95% de probabilidades de que la actividad humana cause el recalentamiento global.

Según el documento, si no se evita perforar el techo de 2°C de aumento de la temperatura del planeta, es posible que aumente la inestabilidad social, se incrementen los episodios caóticos y haya masivas migraciones de seres humanos.

En el informe de este mes, el IPCC no prescribe recetas a los gobiernos, pero señala que es fundamental gravar con severidad las emisiones de CO2 y otros gases para llevar las inversiones hacia tecnologías indoloras para la atmósfera y el clima. Y describe lo que ocurrirá si no se actúa ya: aumentará el nivel de los mares; se hará más difícil producir suficientes alimentos; habrá una masiva extinción de especies, vegetales y animales.
Uno de los centenares de expertos que trabajaron en la preparación del documento es el profesor Long, catedrático en Ciencias Cerealeras en la Universidad de Illinois, quien comenta: “No se ha visto el elefante en la habitación. La producción de granos y semillas deberá aumentar 70% antes de 2050 para responder a la demanda, lo que conllevará más deforestación... etcétera” (la agricultura y la silvicultura representan el 25% del total de las emisiones nocivas). En cuanto a los combustibles fósiles, que producen el 80% de la energía mundial, son responsables del 65% de las emisiones de CO2 (sólo el transporte consume el 30% de la energía fósil). Al respecto, el  copresidente del Panel, Ottmar Edenhofer, declaró: “En los próximos decenios los combustibles fósiles deberán desaparecer gradualmente, no podemos permitirnos perder otra década”. “El mundo está al borde de un precipicio”, agregó, y refirió que las emisiones no solamente aumentan sin cesar, sino que lo hacen a mayor ritmo y se han duplicado desde 1970 hasta hoy. Por su parte, la comisaria para la Acción por el Clima de la Unión Europea, Connie  Hedegaard, describió así  la situación: “El informe es claro. No hay plan B para el cambio climático. Hay que empezar a reducir las emisiones ahora”.

El presidente del Panel, Rajendra Pauchari, quien compartió con Al Gore el Premio Nobel de 2007, dio una conferencia de prensa de la que destacamos dos menciones: “Para llegar a 2050 sin pasar de +2°C hay que cuadruplicar la actual producción de energía a partir de fuentes renovables (eólica, solar)”, y “no lograremos nada si los países, organismos internacionales e individuos actúan independientemente, hay que encarar un grado de cooperación internacional sin precedentes”.

Todo está listo para la gran negociación, en septiembre de 2015, de un tratado mundial que se estima estará vigente para 2020. Lo que ignoramos es si llegaremos a esa fecha con el globo indemne. Para tener una idea del escenario en esa fecha se pueden repasar algunos datos, citar algunas reflexiones y recordar premoniciones.

La importante agencia consultora norteamericana Price Waterhouse (sexta empresa yanqui) en su análisis sobre el informe, dijo: “Explica cómo evitar el choque, pero también sugiere que los frenos no funcionan”. Y eso lo rubrica el propio informe al afirmar que si no se actúa globalmente, y rápido, y se sigue como hasta ahora, la temperatura del planeta puede aumentar a entre +3,7ºC y +4,8ºC antes de 2100. Más allá de esas temperaturas será imposible para la humanidad adaptarse a la vida.

Otro Nobel (1984), el arzobispo Desmond Tutu: “Vivimos dominados por la codicia, hemos dejado que los intereses del capital superen los de los humanos y los de la Tierra”. Y también al presidente Mujica, cuando pide pensar como especie y no como países.

Se filtran en el texto del informe –por omisión– amargas realidades estratégicas. Así, las grandes potencias lograron disminuir las menciones a su temprana responsabilidad histórica en la emisión de gases contaminantes (a partir de la Revolución Industrial): el 70% de las emisiones es causado por diez países.

Lograron que se eliminara una sección del informe que proponía que –cada año– los países desarrollados invirtieran importantes sumas en los países subdesarrollados para ayudarlos a reducir las emisiones sustituyendo fuentes de producción de energía.

El informe apareció poco en los medios. En selectos diarios de EE.UU. y Europa se publicaron comentarios y editoriales. Algunas voces, parecidas a las que taparon con sorna pretendidamente hiperrealista la publicación del libro Los límites del crecimiento del Club de Roma, en 1971, desalientan que se dé crédito al informe.

Cuando se difundió aquel cuadro descriptivo y su pronóstico, se sentían los primeros efectos del trato desconsiderado del hombre hacia su planeta. Hoy, no responder al aviso equivale a elegir para nuestros nietos un mundo distópico, como el mostrado por Ridley Scott en Blade Runner, poblado por seres hacinados, temerosos de los mutantes genético-robóticos –los “replicantes”– creados por ellos mismos.

Entre la utopía del regreso a un escenario semiedénico como era el del Río de la Plata en 1500, o el Paraná en 1826, y las urbes modelo Blade Runner” que empiezan a formarse, el informe del IPCC abre una única oportunidad de preservar una forma de vida compatible ética y estéticamente con una evolución positiva.