COLUMNISTAS

Laicidad, algo prioritario

El gran debate que surge hoy es que se necesita defender la separación del Estado y la religión y, a la vez, garantizar el derecho a la práctica privada de cualquier fe.

default
default | Cedoc

La semana trágica del miércoles 7 al domingo 11 de enero de este año presenta, como un poliedro, varios ángulos sobre los que pensar.

Seleccionamos los que brotan con más fuerza.
El primero (Charlie Hebdo) refleja el quebranto de millones en el mundo entero, quienes recibieron un electroshock sin maquillaje, “ya listos para el viaje / que desciende hasta el color final”.

El segundo conecta el asesinato, el miércoles 7, de 12 periodistas y dibujantes humorísticos en París, con los hechos abominables anteriores y subsiguientes: el martes 6, la pavorosa acción de una señora que se autodetonó en una comisaría de Estambul. “Nevaba, nadie iba a sospechar de una señora elegante y arropada que entraba en la comisaría”, dijo un vendedor ambulante de té que presenció todo. El  sábado 10, el uso de una nena de 10 años como bomba humana para despedazar a veinte personas en una aldea de Nigeria, y de dos nenas, también de 10 años, para destrozar a otros visitantes de un mercado en la misma región. El lunes 12, el conductor de un auto cargado de explosivos que mató a veinte milicianos chiitas en la vecindad de Tikrit, Irak.
Luego, el desfile de titulares macabros en los zócalos de los televisores, los blogs, la utilización deportiva de adjetivos para ahondar el miedo, pero con un denso banco de niebla informativa sobre los “porqués”.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Robert Fisk (The Independent) es de los pocos que plantean la pregunta-preámbulo de las respuestas para contener una escalinata ascendente hacia guerras civiles, urbanas primero, y luego regionales e intrarregionales: ¿por qué esto sigue?

Releer la historia del colonialismo europeo en el Magreb, en Medio Oriente, en Africa y en Asia ayuda a comprender muchos brotes y rebrotes sangrientos de 2015. Algo hemos dicho en esta columna sobre las consecuencias del Acuerdo Sykes-Picot, la declaración Balfour, la intervención norteamericana en Irán en 1951, la anglofrancesa en Suez en 1956. La guerra de Argelia es otro capítulo mayúsculo de esa historia, que un cineasta (Gillo Pontecorvo) y un escritor (Albert Camus) consiguieron encapsular en lo esencial y abrirnos la puerta a la intuición de todo el dolor y el odio que se siguen derramando desde hace cincuenta años y desde las dos orillas del Mediterráneo.

Para el filósofo esloveno Slavoj Žižek, el ascenso del islamismo radical es correlativo con la desaparición de la izquierda secular en los países musulmanes, y recuerda lo que dijimos del derrocamiento de Mossadegh por la CIA en 1953 y el debilitamiento del partido Baath en Egipto. Con la ayuda incansable de los países “aliados” del Golfo.

Un tercer ángulo refiere a noviembre de 1970, cuando muere Charles de Gaulle en su casa de Colombey y el semanario satírico Hara Kiri titula: “Baile trágico en Colombey: un muerto” (la semana anterior, la prensa francesa había cubierto un incendio en una discoteca que había causado muchas muertes). Hara Kiri fue suspendida y poco después salía a la calle Charlie Hebdo.
Eran los tiempos de mayo del 68. Dos años antes, en julio de 1966, un dibujo cándido de Landrú en la tapa de Tía Vicenta presentaba al general Onganía como una foca; la revista fue clausurada. El cierre empujó un poco más fuera de la Argentina al genial Copi (Raúl Damonte Botana), que encontró en París el oxígeno para seguir. Dos menciones adicionales son necesarias: la del ruso-argentino Sergei, gran caricaturista de Le Monde y del  Herald Tribune. Y la de René Goscinny, hijo de inmigrantes polacos judíos que nació en París y vivió y creció en Buenos Aires hasta los 19 años (Sargento Cabral 875), para transformarse en el dibujante tótem de Francia cuando con Uderzo crea Astérix.

Pero de la clausura al asesinato hay un salto en la escala de enormidad que refleja otro ¿“por qué”?
¿Por qué en esa marcha de líderes políticos con los brazos democráticamente entrelazados y solidarios con Charlie no estaban el cardenal André Vingt-Trois, arzobispo de París; el gran rabino de Francia, o su equivalente musulmán? ¿Por qué no se veía en esas primeras hileras a los dueños de cadenas de diarios y televisión? ¿Por qué no estaban los presidentes de grandes bancos, industrias y comercios?

¿Y los líderes “alternativos”: Beppe Grillo, Pablo Iglesias Turrión, de Podemos, la izquierda griega?
Hay algo que no se puede esconder más. Algo como la procacidad de las fotos difundidas por Sky News y el Daily News de New York, que nos revelan que los cerca de 45 dirigentes políticos que aparecían maniobrando bien avenidos no lo hacían junto al pueblo, sino reunidos en una calle lateral, protegidos por custodios. Las cámaras de los profesionales que tomaron las imágenes que luego subieron a nuestros ojos armaron un equívoco visual perfecto… que duró hasta el día siguiente.

Un ardid que realza más la espontánea salida a la calle de un millón y medio de franceses y no franceses. Faltó, del papa Francisco, un apoyo a la revista y al respeto por la laicidad, dicho con el lenguaje directo que suele usar.

Anotamos la ausencia de Putin, y la clamorosa ausencia del trotamundos presidente Xi, de Pekín, de abstinencia perpetua en este tema. La del presidente Obama pudo haberse disminuido con la presencia de su inimitable secretario de Estado, Kerry.

Las fuerzas que empujan los dramas no estaban presentes en “la marcha del siglo”; faltaron corresponsables de que el atentado ocurriese. Más allá de medidas de refuerzo de la seguridad, el magma derretido de las causas fundantes de tanto odio no ha sido considerado.

El gran debate y el área en el que se tienen que tomar decisiones políticas nacionales, regionales y mundiales transformadoras tienen que ver con la vigencia del principio de igualdad, que en este caso se materializa con la vigencia de la laicidad, de una laicidad sostenida por una robusta red institucional que garantice a la vez la laicidad pública y un goce del derecho a la práctica privada de todo culto religioso. Cuando éramos niños nos enseñaron la frase de Georges Bernard Shaw: “Vemos las cosas y nos preguntamos ‘¿por qué?’; soñamos las cosas que no son y nos preguntamos ‘¿por qué no?”.