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Las dos Venezuelas y las potencias

Lo que sucede en Caracas demuestra que en un mundo desprovisto de hegemonías absolutas existen destinos peores que el liderazgo global estadounidense.

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Nicolás Maduro | Cedoc

Hoy Venezuela vive –y se desvive– en una impasse, un término apócrifo de Voltaire para describir una situación sin salida. Tiene infinita inflación, cuatro poderes inmovilizados, dos presidentes, y la peor crisis humanitaria de las últimas décadas en suelo latinoamericano. Hay violencia esporádica en las calles y algunas prisiones escondidas, ambos convenientemente alejados de YouTube. Pero lo que hoy es una guerra civil sin armas puede fácilmente terminar en una masacre. Ante el duelo de dos países, las potencias extranjeras, y no los actores locales, determinarán qué Venezuela se impondrá sobre la otra.  

La grieta bolivariana es tan profunda que la república tiene dos líderes: Nicolás Maduro y Juan Guaidó. El primero insiste en haber inaugurado su segunda presidencia constitucional, jurada por la Suprema Corte, apoyada por una asamblea constitucional y, crucialmente, las fuerzas armadas que ensalzan su gabinete desde la muerte del profeta, Hugo Chávez. Guaidó, por su parte, es reconocido por la Asamblea Nacional, la cámara legislativa única que creó el mismo chavismo cuando se deshizo del Senado (necesariamente, ya que Chávez no lo controlaba), y tanto opositores locales como chavistas en el exilio.

Los medios internacionales tienen poca paciencia para Venezuela. Excepto por momentos extremadamente televisivos, la crisis socioeconómica parece compleja, lejana, doméstica. Pero no lo es. La tragedia venezolana ya no es una crisis constitucional sino una pulseada de poder internacional.

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Cuando Guaidó citó el artículo 233 (y 333) de la Constitución venezolana para declararse presidente interino, lo hizo con el pleno apoyo de aliados claves. Estados Unidos ya no reconocía al régimen de Maduro después de la jura de su segundo mandato; el llamado Grupo de Lima tampoco. Por eso Washington, Brasilia y Buenos Aires reconocieron rápidamente a Guaidó, lo que permitió unir a grupos opositores que pasaron años divididos ante la avanzada chavista. Unos días después se sumó la Unión Europea, liderada irónicamente por una España socialista pero sin el apoyo del gobierno populista italiano, donde la derecha de Matteo Salvini divide el gobierno con el Movimiento 5 Estrellas, un viejo receptor de la generosidad chavista.

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Pero los reconocimientos internacionales raramente cambian gobiernos. El golpe más duro al chavismo fue económico y financiero: Estados Unidos bloqueó el acceso de Pdvsa, fuente única de dólares para Caracas, a refinerías en su territorio. El petróleo venezolano es muy pesado para refinar sin diluyentes americanos. La administración de Donald Trump aplicó sanciones no solo a la emisión de deuda, tan necesaria para revolucionarios como para capitalistas, sino también a la compraventa de bonos. Guaidó tendrá ahora acceso a cuentas bancarias, así como la joya de la corona venezolana en Estados Unidos, la refiera Citgo. Cortados los dólares, se sumaron defecciones al régimen.  

En sus redes sociales Nicolás Maduro puede parecer un general en su laberinto, pero no está solo.

Los socios históricos del chavismo, liderados por Cuba, Rusia y China, con actores de reparto como Turquía, Siria e Irán, por ahora mantienen su apoyo a Caracas. Solo así se explica la permanencia de Maduro. Cuba no puede contribuir con dólares, pero sí con inteligencia. La intervención más crucial es entonces la de Moscú y Beijing, donde la inversión en el chavismo solo ha crecido desde la muerte de Chávez.

Las deudas del régimen a China son mucho más sustanciales que las publicadas, y en Rusia los oligarcas cercanos al Kremlin tienen demasiado que perder en sociedades venezolanas. Por algo RT nos muestra casi en vivo cada ejercicio militar del régimen. Paradójicamente la revolución chavista se sustenta por las inversiones capitalistas de sus aliados.  

En otros tiempos, en otras latitudes ya vimos esta película. Cuando hace décadas hubo dos Españas en vez de dos Venezuelas el apoyo diplomático de las democracias occidentales importó poco y nada. En 1936, un alzamiento militar fallido contra el gobierno constitucional de la república española inició la guerra civil más sangrienta del siglo. Madrid rápidamente recibió el reconocimiento de actores como la Unión Soviética, Francia, Estados Unidos y hasta México, pero los militares bajo el mando de Francisco Franco tenían padrinos dispuestos a luchar. La Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini invirtieron lo necesario – en vidas, armas y dinero – en la victoria del franquismo. La legitimidad se construyó en el campo de batalla.

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Cuando nadie interviene, los resultados pueden ser aún peores, como cuando el conflicto ruandés en 1994 llevó a un genocidio de tutsis perpetrado por hutus ante los ojos de observadores de las Naciones Unidas. Los observadores observaron, pero no intervinieron. Fue así que la catedrática Samantha Power, quien muchos años después fue embajadora de Barack Obama ante la ONU, construyó su argumento sobre el deber moral de intervenir ante la tragedia de Ruanda. En su momento nadie lo hizo. Y el terror se llevó millones de víctimas.

Al final, solo la fuerza puede romper una impasse. En casos como el de Venezuela, como en el de España hace décadas, la legitimad no es cuestión de constitucionalidad sino de balanza de fuerzas. Las sanciones económicas pueden ayudar a debilitar un régimen, pero los que estén dispuestos a usar la fuerza tienden a imponerse. Mientras los actores internacionales que mantienen al chavismo tengan incentivos económicos y geopolíticos para que continúe, lo hará, con Maduro o sin él. Si Washington no está dispuesto a intervenir militarmente, entonces la clave es atraer a Moscú y a Beijing a una pacificación (y una garantía sobre sus inversiones), tal como se esbozó en Corea del Norte. Como desde hace años, sin embargo, Venezuela demuestra que en un mundo desprovisto de hegemonías absolutas existen destinos peores que el liderazgo global estadounidense.

 

*Historiador económico y ensayista.