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Las otras caras de un rescate

Los estrategas del oficialismo juran que no van a caer en el error de transformar este drama en una batalla más de la guerra con el kirchnerismo.

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SUBMARINO. Su rastreo es el mayor operativo desde Malvinas (cada país paga sus gastos, luego podrían pedir reintegro). El Gobierno dispuso dos mesas de crisis. | TEMES

En medio de la angustia cotidiana que genera la búsqueda de 44 camaradas, hay un punto en el que a los hombres de la Armada la desaparición del submarino San Juan los coloca ante un momento único de sus carreras: pasar de la teoría a una hipótesis de conflicto real, que es para lo que se prepararon siempre y les da su razón de ser. Los marinos viven así, con dramática excitación, el mayor operativo en el Atlántico Sur después de Malvinas.

Todos desconfían de todos. También en el Gobierno hay sensaciones encontradas. La angustia por el destino de la tripulación junto a la certeza de que su política de apertura al mundo encontró una constatación de sus múltiples beneficios.

Desde el minuto uno, se tomaron dos decisiones claves: Macri en persona sería el eje de las relaciones internacionales de colaboración y también él aparecería como máximo responsable del seguimiento militar.

Sobre lo primero, fue el Presidente el encargado de hablar con mandatarios extranjeros, como Bachelet y Putin, para aceptar y agradecer ayuda. No sólo es funcional a su mensaje aperturista, es una necesidad concreta. En el Gobierno reconocen que debieron sortear obstáculos ante la desconfianza ancestral de los militares locales. Esto se dio en particular cuando el ofrecimiento vino del Reino Unido. Desde la Armada se cuestionó: “¿Vamos a aceptar compartir información estratégica con un eventual enemigo que siempre fue parte de nuestras hipótesis de conflicto?”. La orden fue aceptar la ayuda.

La desconfianza no es sólo con los ingleses. Cuando la Armada estadounidense detectó un sonido en el mar, los argentinos le pidieron los datos para llevarlos a Puerto Belgrano y analizarlos con sus códigos. Hubo instantes de desconcierto, ya que los estadounidenses reclamaban lo contrario: recibir los códigos argentinos para determinar a qué objeto correspondía el sonido. Aun en medio de una operación humanitaria, todos desconfían de todos cuando se trata de revelar secretos militares. Al fin se supo que el sonido, esa vez, provenía de un banco de camarones.

Desde la fuerza contextualizan: “Todos tenemos información sensible. Hay que entender que el objetivo último del poder militar es la guerra, son claves que podrían resultar de vida o muerte”. Una de las tantas hipótesis que se barajaron sobre la desaparición del San Juan fue el ataque de una superpotencia. No se trata sólo de teorías locas, son protocolos previstos sobre hipótesis a descartar.

Mesas de crisis. En medio de un gobierno que ingresó a una etapa de obsesión por el déficit de sus cuentas, alguien atinó a preguntar en las últimas horas: “¿Y quién paga la cuenta?”. Se refería a los millonarios gastos en los que incurre cada país colaborador. La respuesta es que lo paga la Armada de cada uno, aunque luego podrían enviar sus facturas para que la Argentina se lo reintegre.  

Sobre la decisión de Macri de exponerse, en el Gobierno explican que se la tomó en función de tres destinatarios: los familiares, “para escucharlos y contenerlos”; la sociedad, “para mostrar implícitamente la diferencia con quienes se borraban en situaciones límites” (por los Kirchner); y la Armada, “para decirle que cuenta con todo su respaldo”. En este último caso, el respaldo se revisa hora a hora y nadie supone que sus mandos puedan seguir en sus cargos tras el operativo.

Hoy no existe en el Gobierno otro tema de mayor trascendencia. Hay dos mesas informales de crisis, extensiones naturales de las reuniones habituales.

Una mesa comunicacional, encabezada por Marcos Peña e integrada por el secretario de Comunicación, Jorge Grecco; el secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo; y el secretario general Fernando de Andreis. Los contactos comienzan después de las 7 cuando Peña llama desde su auto, siguen con una cita en su despacho de una hora y con encuentros y comunicaciones durante todo el día. Algunas incluyen a Macri.

Y una mesa política, presidida por el Presidente con los habituales participantes de la mesa chica: Peña, Gabriela Michetti, los líderes parlamentarios y distintos ministros, según los temas. Estas semanas, su participante excluyente es el ministro de Defensa, Oscar Aguad.

Comunicar malas noticias. La pregunta de cómo se comunica bien una mala noticia tiene una respuesta no siempre fácil de aceptar: no hay forma. Lo que sí se puede es aminorar los daños de la comunicación y, en ese sentido, lo más útil suele ser la verdad. Las mentiras son imposibles de mantener en el tiempo y, cuando se descubren, las consecuencias son peores que las de las propias malas noticias.

Es cierto que hay informaciones que son complejas para dar cuando se trata de la vida de las personas, porque hay verdades y razones que nadie quiere escuchar.

El destino de 44 personas no es morir todas juntas siendo jóvenes y en perfecto estado de salud. Esa es la lógica general, pero cuando se trata de soldados los riesgos son mayores, y si su trabajo consiste en viajar en submarino a decenas de metros de profundidad, los riesgos se incrementan (en época de guerra, aún más). Habría que agregar que si son submarinistas de un país empobrecido que destina menos recursos que las naciones ricas para el mantenimiento, los peligros aumentan. El adiestramiento submarino para estas tripulaciones ronda los 190 días en el Primer Mundo. Aquí, en 2014, apenas fueron 19 horas debajo de la superficie. Al margen están los riesgos que suelen sumar la corrupción, los errores o las eventuales incapacidades profesionales.

En las últimas cinco décadas se perdieron, más allá de cualquier guerra, una decena de submarinos y cientos de vidas en todo el mundo, entre ellos, de los Estados Unidos y otras potencias militares.

Culpables se buscan. En estas horas ya se vislumbra lo que viene: la búsqueda de culpables, algo que es imprescindible desde lo humano, lo jurídico y lo político. Los familiares y la sociedad tienen derecho a saber por qué pasó lo que pasó. El Gobierno y la Armada tienen la obligación de entenderlo, para aplicar responsabilidades y para que no vuelva a ocurrir. Y la Justicia debe hacerlo para determinar si, por acción u omisión, se cometió un delito.

Los estrategas del oficialismo juran que no van a caer en el error de transformar este drama en una batalla más de la guerra con el kirchnerismo: “Sería una estupidez ponernos ahora a buscar culpables políticos”. Después se verá.

Sin embargo, algunos políticos y medios comenzaron, aún solapadamente, la caza. Los unos poniendo el eje en la reparación del San Juan de 2014 (todavía no se dice que al submarino lo hundió Cristina, pero ya se lo insinúa), y los otros en el desinterés del macrismo por la cosa pública y en su exclusiva responsabilidad por dejar zarpar a una embarcación que no estaba en condiciones.

Es el anticipo del debate que se instalará en la sociedad.

Unos tendrán más motivos para soñar con una ex presidenta presa.

Otros para confirmar sus sospechas  sobre lo que producen las políticas neoliberales de ajuste.

Cualquier conflicto es bienvenido para ratificar lo bien que a algunos les sienta la grieta.