COLUMNISTAS

Las primicias del escribir

default
default | Cedoc
Soy un periodista de investigación y por lo tanto tengo que formular una terrible denuncia. Sé que va a causar gran impacto, que de ahora en más muchos dejarán de saludarme y que el poder va a temblar. Para eso estamos. Al periodismo lo guía la sed de verdad y ningún otro interés. Y como de eso se trata, de ganarme el pan, estoy a punto de manifestar mi denuncia. Aquí va, entonces: hace al menos 72 horas que Estela de Carlotto y su nieto Ignacio Guido Montoya Carlotto no aparecen ni en ATC ni en ninguno de los canales de testaferros del Gobierno. ¡Alguna cabeza va rodar! Lo siento, pero no podía dejar de informar lo ocurrido. El periodismo es una profesión muy dura, muy adrenalínica; cada periodista de investigación tiene sus primicias, sus fuentes, sus revelaciones, y yo no podría sustraerme a ese ambiente de sana competencia. Sin ir más lejos, mi colega Nelson Castro, el domingo pasado en este mismo periódico, informó como nadie sobre la fractura de tobillo de la Presidenta. Llegó realmente al hueso –perdón por el chiste fácil– del secreto, discrecional, autoritario y corrupto del poder presidencial. Dijo lo que nadie se animó a decir, lo que nadie sabía. Transcribo textual un párrafo crucial, casi al final de su panorama: “Una fractura bimaleolar del tobillo izquierdo complicó el fin de año de la Presidenta. La lesión, en el mismo pie en donde se había esguinzado en 2013 estando en Roma, le produjo dolor y mucho mal humor”. ¡Tremenda revelación! Con informaciones tan precisas como ésas (reparen en que “mucho” recae sólo sobre el mal humor y no sobre el dolor), las mías no tienen chances de prosperar. Debería cambiar ahora mismo de tema. O, mejor dicho, de profesión. ¿Pero a qué podría dedicarme? Lo único que sé hacer es escribir, es decir… ¡no sé hacer nada! Hablando pues del tema –del tema de la nada, de ningún tema, de dar vueltas sobre nada, actividad a la que me dedico con fruición–, siempre vuelvo a Historia de la nada, de Sergio Givone, a un pasaje algo perdido en el libro acerca del dandismo, el nihilismo y la nada, sobre el que de hecho ya escribí alguna vez en esta misma contratapa (si la Presidenta puede repetirse en sus lesiones óseas, por qué este desventurado columnista no podría repetir una cita tomada de un buen libro). Para Givone, la del dandi es “una tragedia de la personalidad. Tragedia sin catarsis”. Y más adelante, reproduciendo a Oscar Wilde, señala un punto nodal: “Dandi es aquel que en cualquier lugar está a sus anchas, tanto en el burdel como en la iglesia, en la corte como en la calle”. Es una frase fantástica, que puede interpretarse como una alegoría de la ilusión, de la búsqueda, de la utopía de una escritura que pueda atravesar murallas como un caballo de Troya, que pueda pasar de un medio mainstream al mundo del Shibboleth, de compartir vecindades indeseables a la soledad más extrema, siendo sólo fiel a sí misma; especie de grafía autista que no registra el contexto; no que lo desafía sino que le es indiferente, como indiferente le es todo lo que queda fuera del texto. El todo que surca la nada. Antes, en los diarios se escribía; ahora ya no. Pero tampoco estoy seguro de que se escriba en otra parte, en muchas de las novelas que se publican, en muchos de los libros que se venden. Deberíamos volver sobre este tema.