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Las razones de una despedida

La tradición local de revistas culturales y literarias es amplia: de La Biblioteca de Paul Groussac a Otra parte, pasando por Sur, Contorno, El ojo mocho, El grillo de papel, Diario de poesía o Babel, diversas generaciones de escritores e intelectuales construyeron, junto a compañeros de estética y militancia política e intelectual, los espacios de enunciación a través de los cuales hacerse visibles y, al mismo tiempo, discutir el contexto histórico.

Tomas150
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La tradición local de revistas culturales y literarias es amplia: de La Biblioteca de Paul Groussac a Otra parte, pasando por Sur, Contorno, El ojo mocho, El grillo de papel, Diario de poesía o Babel, diversas generaciones de escritores e intelectuales construyeron, junto a compañeros de estética y militancia política e intelectual, los espacios de enunciación a través de los cuales hacerse visibles y, al mismo tiempo, discutir el contexto histórico. No son pocas las investigaciones que estas revistas generan entre estudiantes e historiadores, e incluso existen libros que documentan esos trayectos, como Las revistas literarias argentinas (1893-1967). Algunos meses atrás, La mujer de mi vida, publicación de psicoanálisis y literatura dirigida por Sergio Olguín, anunciaba, con la dosis de verdad que suelen contener ciertas bromas: “Fiel a la tradición de las revistas literarias argentinas, cerramos”. Poco importa que La mujer... vuelva a aparecer en abril –aunque ahora trimestralmente–: lo que se intuye detrás del chiste es el carácter fugaz que suelen tener en la Argentina los proyectos culturales independientes. Hay excepciones, claro: El ornitorrinco, encabezada por Abelardo Castillo, se distribuyó entre 1977 y 1987; o Punto de vista, la publicación que desde 1978 dirige Beatriz Sarlo. En verdad, dirigía: en el último número, que conmemora los 30 años de la revista, se anuncia también su cierre.
En el artículo titulado Final, luego de bosquejar algunos hitos en la historia de Punto de vista, como su aparición bajo la dictadura militar y las dificultades surgidas con el regreso democrático (“cuando debimos aprender de nuevo casi todo”), Sarlo expone las razones de la decisión, que son, a su vez, una suerte de mandato ético para editores: “Pensé y pienso hasta hoy que es preferible que una revista se equivoque a que permanezca igual a sí misma cuando las cosas cambian (...) Una revista tiene que reunir cualidades paradojales: ser, al mismo tiempo, un instrumento preciso y nervioso (...) Cuando se dirige una revista el alerta es constante frente al acostumbramiento (que es mortal) o la incapacidad para conocer su actualidad (una revista vive en tiempo presente). Sólo cuando es un instrumento imprescindible para quienes la hacen, sale bien (...) Quizás me equivoque, pero creo que ahora soy la única que necesita esta revista como la necesité en el pasado. Se puede hacer una revista con diferentes grados de inclusión, pero el deseo de revista es indispensable (...) Algo ha comenzado a fallar y es mejor reconocerlo ahora, cuando no se ven consecuencias, que en un capítulo decadente. Una revista que ha estado viva treinta años no merece sobrevivirse como condescendiente homenaje a su propia inercia. Por eso el número 90 es el último”.
Se trata de un cierre atípico, es cierto, que no responde a una obligación externa sino a una necesidad personal. Punto de vista fue una revista árida e incómoda, que no buscaba ser moderna (su estética conservó siempre un aura decimonónica: textos cuadrados y columnas extensas, tipografía pequeña, pocas ilustraciones) y reclamaba, a la hora de leerla, una atención y dedicación completa. No pretendía ser una publicación para muchos (aunque la edición en CD de los archivos que recopilaban 25 años de sus ensayos agotó tres ediciones): más bien, mantenía ese tono entre aristocrático y despreocupado del producto que se piensa para pocos, para una elite, y es probable que de acuerdo a las condiciones actuales de mercado fuera eso una de las cosas que más atractiva la hacían. La noticia de su desaparición, más allá de que se deba a causas voluntarias, no puede sino lamentarse, en el contexto de banalidad, violencia y ligereza que nos rodea.