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Lecciones de la historia

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La batalla de Pavón se libró el 18 de septiembre de 1861, cerca del arroyo del que tomó su nombre, en el sur de la provincia de Santa Fe.
En ella se enfrentaron, de un lado, las tropas de la Confederación Argentina, al mando de Justo José de Urquiza, y del otro lado, las tropas del Estado de Buenos Aires, al mando de Bartolomé Mitre.
Apenas dos años antes, en octubre de 1859, y al norte de la provincia de Buenos Aires, ya se habían enfrentado esos dos mismos jefes con sus respectivas filas, en la batalla de Cepeda.
Aquella vez el vencedor había sido Urquiza. Pero la victoria militar no alcanzó a decidir una preeminencia suficiente, por lo que podría perfectamente considerarse que la pugna quedaba todavía abierta.
Ya en Pavón, Urquiza llevaba una ventaja apreciable respecto de las fuerzas de Mitre, que estaban realmente complicadas. No obstante, en un momento dado, Urquiza decidió abandonar la lucha: replegó a sus soldados y se retiró.
¿Por qué razón? No se sabe. Acaso porque apreció equivocadamente el estado de la disputa, acaso porque apostó a obtener mayores beneficios en una negociación de escritorio, acaso porque tuvo lisa y llanamente miedo.
En lo que existe unanimidad de criterio es en el punto siguiente: en tanto que los hombres de Mitre permanecieron en el campo dispuestos a continuar la contienda, y en cambio los hombres de Urquiza prefirieron no luchar más y se hicieron a un lado, puede y debe considerarse que el que abandonó es Urquiza. El criterio es sencillo, es claro y contundente.
La historia nos proporciona esta clase de lecciones. Es bueno tenerlas en cuenta. Porque a veces uno oye que en ciertas tribunas de fútbol, por pura confusión o por ganas de amañar, se entonan algunos dislates. No vaya a ser que algún distraído acabe por darles crédito