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Lectura de colectivo

“Me acompaña siempre aquella otra idea de Bonnefoy: que traducir no es repetir sino, ante todo, dejarse convencer.”

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Encontrábame yo en el colectivo 108 absorto en pensamientos vacuos, como si ahora que Andrea del Boca está por ir en cana no se habrá convertido Carrió en la gran actriz del teleteatro nacional, cuando el pasajero de al lado bajó raudamente, dejando caer involuntariamente de su mochila unas hojas. Cuando las levanté, mi ex vecino –un señor de unos 50 años– ya estaba caminando por la vereda y el colectivo había arrancado rumbo a Chacarita y más allá. No pude, primero, evitar la tentación de leerlas y ahora, la tentación de transcribirlas en este entretenimiento dominical.

Pues, aquí van: “A esta edad puedo decir, no sé si con honor, que he ocupado muchas –si no casi todas– de las posiciones posibles en el campo editorial, e incluso cultural. Quizá solo me falte ser librero. Puedo decir que soy, o he sido: escritor, editor en más de una editorial, colaborador, columnista y editor de suplementos culturales, profesor universitario, becario del Conicet. Y también traductor. Pensando en esta charla, terminé de confirmar algo que sabía, algo que vuelve única mi relación con la traducción: nunca traduje un libro que no me gustara. Todo lo que traduje me gusta y me gusta mucho. Dicho de otra forma: si hay algo que no soy, es traductor profesional. Por supuesto que trato, como editor, todo el tiempo con traductores profesionales, a quienes les debemos mucho. Sin embargo yo siempre me preservé de la profesionalidad. Soy un traductor amateur. En ese sentido, la relación que tengo con la traducción no difiere demasiado de la que tengo con la literatura, con mis propios libros: tampoco soy un escritor profesional, no pretendo hacer ninguna carrera. No me presento a premios, abomino de la estética del escritor exitoso. Podría decirse, entonces, que para mí la traducción es una forma de la escritura por otros medios. O, dicho de otra manera: pertenezco a esa larga, y para mí muy valorable, tradición de escritores que traducen.

 ”En el prólogo a su traducción de Comienzo y fin de la nieve, de Yves Bonnefoy, escribe Arturo Carrera: ‘Traducción es devoción’. Y luego, hacia el final, agrega: ‘Pero sobre todo me acompaña siempre aquella otra idea de Bonnefoy: que traducir no es repetir sino, ante todo, dejarse convencer’. Esas dos ideas, la de que traducción rima con devoción, y la de que traducir es dejarse convencer, están absolutamente presentes en mi experiencia con la traducción”.

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Después el texto se corta y continúa una serie de dibujos y anotaciones cotidianas (me parece que lleva la cuenta de los aumentos en el precio de los fideos Maruchan). Y luego vuelve al tema: “Esa pequeña confesión abre la discusión hacia la otra palabra del título, que, a primera vista, entra en colisión con devoción: política. Traducción y devoción: una política. Hace muchos años tuve que dar una charla precisamente sobre políticas de la traducción. Y allí reparé en un uso de ‘traducción’ en su sentido cultural, interrogando puntualmente las razones del éxito de Benjamin y Foucault en la cultura argentina de 1980/90. Qué procesos de traducción hubo para que se leyera como leyó a Benjamin y a Foucault, qué usos se hizo de esos, etc. Es un tema muy interesante, sobre el que podemos volver más adelante”. Aquí termina el texto. ¿Y la respuesta? Tal vez se encuentre entre los asientos de otro colectivo.