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Libros a cuesta

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Durante años estuve buscando Jorge Cuesta o la alegría del guerrero, de Alejandro Katz, publicado por Fondo de Cultura Económica, en México en 1989. Había leído la única biografía disponible de Cuesta (Itinerario de una disidencia, de Louis Panabière, FCE, 1983) pero me pareció poco atrayente, lejos del interés que me despierta el propio Cuesta, uno de los intelectuales mexicanos clave del siglo XX, ensayista, poeta, compilador en 1928 de una célebre Antología de la poesía mexicana, miembro central y a la vez lateral (en Cuesta todo es ambiguo) de Los Contemporáneos, “el grupo sin grupo” que nucleaba a Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Salvador Novo y José Gorostiza, entre otros, seguramente los mejores poetas mexicanos de su tiempo (y de todos los tiempos). Por mi parte, creo evidente que Cuesta es el gran crítico literario del grupo. Pues, volviendo al tema, busqué el libro de Katz en el DF, en las inmensas librerías de viejo de la calle Donceles, en las coquetas de la avenida Alvaro Obregón, en las apartadas librerías de usados de Coyoacán (en especial en la mejor del barrio, llamada precisamente Salvador Novo), en los insoportables sitios de internet dedicados al asunto, y nada. Así, viaje tras viaje a México (cinco en siete años). Nada de nada. Inhallable. 

 Pero el otro día ocurrió lo inesperado. En un exquisito restaurante de comida india (antiguamente llamada hindú), en el lejano barrio de Villa Urquiza, en uno de esos locales puertas para adentro a los que se accede por invitación, lo encontré debajo de un almohadón estampado con el Arbol de la Vida. Increíble pero real.
El libro no me defraudó, valió la pena tanta espera. En una nota al pie (nota 20, página 49) escribe Katz: “No deja de ser curioso que Sheridan relegue a Cuesta al epílogo de su importante libro sobre Los Contemporáneos. Quizás lo hizo porque sintió que Cuesta no le permitía explayarse con el mismo espíritu festivo con que se acerca a otros miembros del grupo. Lamentaríamos que así fuere. Supongamos más bien que el sitio que Sheridan le confiere a Cuesta es el exacto sitio que le corresponde: aparte”. Katz hace referencia a Los Contemporáneos ayer, de Guillermo Sheridan (FCE, México, 1985), el más importante libro dedicado a Los Contemporáneos, y más aún, uno de los más importantes libros de crítica literaria e historia cultural escritos en español en las últimas décadas. Efectivamente es cierto: Sheridan no toma demasiado en cuenta a Cuesta, y cuando lo hace es para referirse a Examen, la revista que Cuesta dirigió a partir de 1932. No obstante, Sheridan se apoya en Gilberto Owen para definirlo como un hombre “condenado a la cadena perpetua de la lucidez”. La extrema lucidez de Cuesta es uno de los grandes mitos intelectuales mexicanos, por no decir su máximo lugar común. Katz ronda ese mito pero, tal vez con la perfecta impunidad que da la extranjería, comienza su libro mencionando el suicidio de Cuesta “colgando de la manija de la puerta en su cuarto del hospital psiquiátrico”. El intelectual más lúcido de México se suicidó. Se esconde allí un profundo enigma sobre la condición del intelectual latinoamericano. 

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Más allá de eso, deberemos volver sobre el reparo que Katz le realiza a Sheridan. Al fin y al cabo, en el mismo horizonte de discusión también interviene Carlos Monsiváis. Volveremos sobre ellos la semana que viene.