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Liquidación de otoño

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La gente ataca con furia y desenfreno como una suerte de justiciero universal. Las colas de atacadores son largas y se acumulan, y, como todo sale en la TV, el efecto contagio infla las ganas. Es como el aviso de comienzo de las liquidaciones (palabra que también aplica aquí), donde todos corren a sus nuevos precios. Estamos, sin duda, en época de liquidación.

En los tiempos de las fiestas, algunos shopping ofrecen a sus clientes recorrer los locales hasta bien entrada la madrugada. Durante este tiempo nocturno, personajes con sonido van avisando que en algún local comienza un período de tiempo de liquidación extraordinario. Ante el aviso, hay corridas, emociones fuertes y apuros por llegar; y los individuos, en sólo un instante, se esfuman para dejar su espacio gentil a la masificación de todos nosotros. La sensación del consumidor, en estos casos, es más bien emocional y poco está vinculada a conceptos asociados a programas como el de Precios Cuidados. Ese programa supone un individuo racional que para y piensa, mira la revista de referencia y recorre las góndolas evaluando costos y beneficios. Sería éste una pura razón.

El mundo del Derecho tiene esa lógica, en tanto sólo evalúa si algo es legal o ilegal. Los jueces no castigan a los acusados por el nivel de afectación de la familia, sino por la relación con el crimen y el Código Penal. Los jueces no compran por el aviso sonoro de una liquidación, sino por su “lista propia de Precios Cuidados”. El Derecho es también, por lo tanto, un intento de pura razón. Pero en todo esto, en esas colas de linchadores, en las corridas colectivas a ladrones y en la contabilización de ataques, hay pura emocionalidad. El crimen, desde el punto de vista del ciudadano, es una afrenta a la moral colectiva y, como tal, genera indignación y odio.

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Como todos los sociólogos aprendimos a través de Durkheim, ante un crimen, la sociedad completa y de manera simultánea se llena de furia. No hace falta preguntarle al vecino anónimo del edificio qué es lo que piensa sobre que hayan violado a la hija del almacenero. Enormes y gigantescas chances existen de que esté tan horrorizado como uno sin siquiera habernos puesto de acuerdo. Así funciona la moral y de ese modo existe también la sociedad.

El tratamiento público ingresa en una zona de conflicto donde muestra la tensión entre una mirada racional y otra emocional, y entendemos que el modo en que la gente opina en nuestra encuesta es una representación numérica de esta tensión. Casi el 50% evalúa muy bien/bastante bien la conducta por parte de los vecinos de atacar a los delincuentes, también el 51% considera que, en algunos casos, se justifica el “hacer justicia por mano propia”, el 73% “entiende a los vecinos que justamente hacen justicia por mano propia” y el 62% acuerda también en que “los delincuentes se merecen este tipo de trato”. Todo esto tiene muy poco que ver con la ley y la racionalidad del derecho. Aquí hay pura emoción en forma de indignación.

Estos mismos encuestados señalan en el 87% de los casos que mejorar la educación es muy necesario para resolver el problema y el 71% también entiende que hay que reducir los niveles de pobreza. Y también, aunque resulte un poco contradictorio, el 75% acuerda con que los linchamientos son un retroceso para la sociedad en su conjunto. Todo esto no tiene ya tanto que ver con la emocionalidad, sino con la racionalidad.

Para los vecinos, sumergidos en la mera bronca, debería haber una pausa en la aplicación de la justicia que el Código Penal no aplique por el rato que dura la fila de vecinos hasta completar la golpiza. Ellos piden, sumergidos en la emoción violenta de la masa, que no se los juzgue (sólo el 26% acuerda con que los vecinos deben ser penalizados) por su estado de emoción extrema. Pocos de ellos piensan tanto en sus circunstancias como en las del ladrón que capturan. ¿Qué saben de ese joven que está en el piso? ¿Pensaron en las chances que le ha dado la vida? ¿Imaginan si ha tenido oportunidad de dedicarse a otra cosa? Obvio que no. Cuando avisan de la “promo”, hay que correr a aprovechar los precios. Nunca se sabe si una oportunidad tan buena se va a volver a presentar.

*Sociólogo. Director de Ipsos Mora y Araujo.