Todavía recuerdo la decepción que me quedó luego de la lectura de Puro humo, de Guillermo Cabrera
Infante. Me llevé la primera sorpresa con el título: publicado originalmente en inglés como Holy
Smoke, y luego traducido por él mismo; debería ser Humo sagrado, o incluso Humo asombroso o,
llevando las cosas al límite, Humo increíble, ¿pero Puro humo? Acto seguido, el texto es de una
trivialidad, una banalidad sin resquicios. Un tratado sobre el tabaco escrito por un cubano siempre
genera grandes expectativas, pero el libro es apenas un catálogo de lugares comunes, anécdotas
remanidas y ajustes de cuentas sin interés. Incluso su proverbial anticastrismo no agrega demasiado
a lo ya escrito por él mismo.
Sobre ese tema, nada supera la anécdota de Jorge Edwards en Persona no grata, libro publicado
originalmente en 1973, pero cuya edición definitiva (sin autocensura) recién es de 1982. Edwards
viaja, como diplomático del gobierno de Allende, a reabrir la Embajada de Chile en Cuba, luego de
que Chile rompiera relaciones con el gobierno revolucionario. El escritor y funcionario viaja
entonces a la Isla, y se encuentra con que, una década después de la revolución, poco queda del
espíritu romántico de los primeros años, y mucho hay de burocracia y control social. En eso se
encuentra con Fidel, en una reunión con embajadores. Fidel se queda sin habanos y, viendo que
Edwards tiene tres en el bolsillo de su camisa, le pide uno. Edwards obviamente le convida. Al
rato, Fidel vuelve a pedirle un habano. Edwards se lo da y piensa: “¿Me pedirá el
tercero?”. Edwards sabe que Fidel sabe que le queda un solo habano, el último. Pasa un
tiempo, la charla continúa, hasta que Fidel, mirando fijamente al chileno, dice: “Me gustaría
fumarme un habano”. Como en una película de suspenso, Edwards se demora unas líneas en dar a
conocer el final de la historia. ¿Se lo dio o no se lo dio? Bueno, el libro acaba de ser
reeditado...
Sin embargo, tanto en el extraordinario libro de Edwards, como en el simplote de Cabrera
Infante, falta una reflexión sobre lo que aportó la Revolución Cubana a la historia del humo. Hasta
ese momento, el habano estaba asociado a la figura del burgués, el empresario gordo, el capitalista
salvaje, el jefe mafioso que, mientras con una mano ofrece un habano de una caja de lujo, con la
otra manda a matar al mismo invitado. Fidel y el Che cambiaron la iconografía, y el habano pasó a
formar parte de la escena revolucionaria, la aventura de la selva, y el mito del año cero. Cuenta
la leyenda que Fidel le enviaba todos los días un Romeo y Julieta a Felipe González, pero no parece
haber tenido demasiado efecto: el PSOE siguió siendo apenas un partido reformista, sin más.
Lo mejor que la literatura latinoamericana escribió sobre el cigarrillo probablemente sea
Sólo para fumadores, del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. El cuento comienza con una
declaración: “A partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis
cigarrillos”. No se por qué, pero siento esa frase como propia. Finalmente, el relato termina
abruptamente: el narrador se despide del lector porque tiene que ir al pueblo a comprar tabaco.
Todo esto viene a cuenta de la aparición de un libro más que recomendable: Humo. Breve
historia cultural del acto de fumar, compilado por Sander Gilman y Zhou Xun, publicado por la
editorial Paidós, en la colección Diagonales. El libro retoma lo que podríamos llamar una mirada
multidisciplinaria sobre el tema: escriben médicos, sociólogos, historiadores, psiquiatras,
críticos literarios y curadores de arte. Y se ocupa de temas tan diversos como la relación entre el
cigarrillo y el jazz, la fisiología del fumador, el antisemitismo aplicado al cigarrillo, la
iconografía femenina frente al humo, y el mito del vaquero de Marlboro. En ese abanico, el humo se
cuela en cada una de las páginas, aunque con algo de nostalgia: cada vez más el cigarrillo va
perteneciendo a otra época, al pasado. Es curioso, lo mismo se dice del libro y la lectura.