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Los clandestinos

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Buenos Aires está llena de susurros. “Estoy rodeado de gente linda y buena, pero todos kirchneristas (o comunistas)”, me escribe un artista. “Estoy de incógnito; creen que soy como ellos. Me gustó mucho tu novela, pero además el contexto me hizo leerla de forma especial. La sentí como un policial de Agatha Christie: un grupo de personas reunidas sin poder salir y un crimen del que todos son sospechosos. En mi caso, el supuesto crimen es que yo voto a Macri y nadie debería descubrirlo”.

Reuniones secretas, citas clandestinas. Actrices con un millón de seguidores excitadas y furtivas. “Tenemos un topo, se filtró la info”, reporta un joven barbudo. Varios llevan dobles vidas. Somos la resistencia silenciosa al mainstream, que otros llaman el pasado, los orcos, etc. Lustro mi Glock 38 de sarcasmo, me divierto mil. Twitter es un videojuego de palabras y adrenalina. Amo jugar a los tiros y no tengo miedo.

Todo va bien hasta que me entero de que apareció Firmenich.  

“Esa fuerza que se encarnó en el Proceso te insulta si firmás una solicitada”, dice Alejandro Rozitchner, súbitamente en el rol de un montonero cupular. Es absurdo pero Alberto Fernández acompaña: nombra a una disidente en un acto, habla de bastones largos. Es siniestro que se naturalice el pensamiento único, pero me intriga la fantasía setentista de Rozitchner. ¿Será la gestión en Cultura y Ciencia del Gobierno casi tan mala como la de Montoneros para tomar el poder? Miro mi AK-47 y siento la voz de Rodolfo Walsh en su carta a Firmenich: falta una autocrítica en serio.