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Los de afuera

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Seguramente Obama no sabía que Martín Fierro había matado a un negro. Que lo había matado y muy cruelmente, casi porque sí, porque era un negro nomás. Seguramente no lo sabía. Se habrá entusiasmado entonces, y acaso roto en aplausos, al oír la cita gauchesca que Su Santidad el Papa escandió ante la ONU. Pero algún asesor le habrá informado después, tras una pronta consulta en la Biblioteca de la Casa Blanca, que a ese padre campero de consejos tan bonitos no le había temblado el pulso para darle muerte a ese negro. Y que hubo que esperar hasta Borges, ese sabio de lo popular, para que aquel tan triste episodio encontrara su compensación y su justicia, bajo el elocuente título de El fin.
Para Fierro, sin duda alguna, ese negro no era un hermano: no había que ser unido con él. Formaba parte del devorar, es decir, del afuera. Pero en un poema como Martín Fierro, que empieza con una casa perdida y con una expulsión impiadosa, ¿no podría decirse, acaso, que el mundo era un puro afuera? Sin casa y sin mujer, condenado a errar por la pampa, ¿qué otra cosa había para él sino afuera y más afuera? ¿Y dónde acabó por encontrar refugio, entre la ida y la vuelta, sino en el absoluto afuera, el afuera de la ley y de la sociedad admitida, esto es, entre los indios?
Los hermanos sean unidos, aconsejó Fierro a sus hijos; ellos lo escucharon y luego se fueron, cada uno por su lado. El afuera de los indios se acabaría justo entonces, en 1879: allá marchó el general Roca, y se lo devoró. Y ahora, tanto después, ¿cuál vendría a ser el afuera? ¿Y cuál vendría a ser el afuera para la Asamblea General de las Naciones Unidas (unidas como los hermanos), que apunta desde su creación a integrar a todos los países del mundo? ¿Cuál vendría a ser el afuera para el representante de Dios en la Tierra, de misión eminentemente ecuménica? Se trata de instituciones que existen para conseguir que ya nadie quede afuera.
Y es que el afuera, ya lo sabemos, está adentro. Obama lo sabe también: en el país que él preside, ocurre una y otra vez que algún salvaje policía blanco asesina a un pobre negro: porque es negro, porque sí.
Lo que no sabía es que Martín Fierro, cuyos consejos aprobó, había matado a un negro también. Se lo habrá informado algún asesor, de esos que nunca faltan. Y si no, se estará enterando ahora, en pantuflas, taza en mano, leyendo un poco PERFIL.