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Los errores del pasado

Por qué no llegan las inversiones.

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La Asamblea del Año XIII se reunió, como es fácil establecer, cuarenta años antes de que hubiera una Constitución Nacional, y tres años antes de la Declaración de Independencia. Así es que transcurrió, por ende, sobre un fondo de existencia apenas insinuada, germinal y tentativa, de eso que sólo empezaba entonces a formarse como país.

No debería resultar tan difícil, por lo tanto, supongo yo, deshacerse de sus malas hechuras. ¿O acaso no empezó con la Asamblea del Año XIII, tan pronto, tan tempranito, nuestro desbarrancamiento nacional? Con la abolición de la esclavitud, tan luego, hicieron que las buenas almas que daban trabajo (pues no se dice más “explotar el trabajo ajeno”, ahora se dice “dar trabajo”) tuviesen que pagar una remuneración por ello. Y de ese mal surgieron otros: la jornada de ocho horas, el derecho a vacaciones pagas, la indemnización por despido, la responsabilidad por accidentes laborales, y tantos otros inauditos incordios que complican mucho las cosas.

Y así es que ahora, en consecuencia, ¡las inversiones no vienen! No solamente no llueven: tampoco lloviznan, ni siquiera garúan. ¡Nada! Con el buen trabajo esclavo, en cambio, vendrían sin duda alguna, y vendría la felicidad. Lloverían las inversiones, diluviarían sobre nosotros. Y saldríamos adelante, por fin, todos juntos. Trabajo esclavo, nada más, ¿tanto les cuesta? Algunas fábricas textiles, por ejemplo, lo aplican clandestinamente sin vanos remordimientos. Y a veces hasta se las cita en los medios como ejemplo de éxito empresarial.