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Los grandes secretos

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A partir de un obituario que se sigue demorando, hace tres semanas que veo películas de Jacques Rivette y relaciono todo lo que cruzo con la vida y la obra del cineasta. Rivette nació en Rouen en 1928 y se pasó la infancia viendo películas hasta que llegó a París en 1949; allí siguió viendo películas y se interesó por las conspiraciones y las masonerías. Héctor Libertella nació en Bahía Blanca, se apasionó por el cine de chico y en Buenos Aires construyó una obra hermética que lo convirtió en uno de los héroes de culto de la literatura argentina. Rivette y Libertella estuvieron toda su vida interesados en leer y escribir o en ver cine y filmar de un modo diferente.
En 2009, Esteban Prado (Mar del Plata, 1985) se instaló en Buenos Aires para completar su acercamiento a Libertella entrevistando a sus amigos y colegas. Libertella había muerto tres años antes y Prado había dedicado los dos últimos a leerlo y releerlo a partir de una sensación de perplejidad (la que tienen todos los que se acercan a su obra) que se transformó en fascinación. Así fue como Prado se encontró con lo que, agregando un par de nombres, se podría llamar la elite exquisita de las letras nacionales de este siglo. Anoto los apellidos de los entrevistados en el orden en el que los nombra Prado en el libro que resultó de sus pesquisas, Libertella. Un maestro de la lectoescritura. Un recorrido: Saavedra, Kohan, Strafacce, Aira, Estrín, Damiani, Kamenszain, Guebel, Fogwill, Libertella (Mauro), Tabarovsky, Garamona.
Prado le atribuye a Libertella una divisa más alta y más clara que el oscurantismo: “Libertella sostenía, recuperando una frase de Paul Claudel, que el objeto de la literatura es enseñarnos a leer. Tomando esa bandera, creó una obra que iría desmantelando, uno por uno, todos los órdenes que se ciernen sobre la escritura”. Y agrega: “Su literatura no es para iniciados, como suele decirse, su literatura busca al lector para que éste se permita sustraerse a toda iniciación, contando como primera de ellas la propia inserción en la Cultura”.
Libertella fue muy precoz (su primera novela, El camino de los hiperbóreos, ganó un premio importante) y Prado también lo es. Su ensayo es una excelente presentación de Libertella, aunque cierta pretensión académica complique las páginas dedicadas a las teorías (literarias, filosóficas, psicoanalíticas) con las que Libertella discutía. Pero si sorprende que el joven Prado haya deglutido a Libertella para beneplácito de los lectores, más lo hace su deriva posterior. Prado se dedicó primero al cine (un corto suyo ganó un premio en un festival de cine fantástico y de terror) y luego se fue becado a España para hacer un curso de escritura creativa. De allí salió su inquietante primera novela, llamada Ana, la niña austral, que también se inscribe en el género fantástico, acaso el más transitado por los jóvenes escritores en los últimos años del kirchnerismo. El narrador de Ana atraviesa la Argentina con una ecoterrorista cósmica, cuyo objetivo es entregarse al líder de la tribu de los hiperbóreos para asesinarlo y lograr que el mundo se recupere. Es como si Prado se hubiese pasado al enemigo (los talleres creativos parecen en las antípodas de la vanguardia libertelliana). Pero quién sabe. Tampoco sé qué quería exactamente Rivette.