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Los insatisfechos reembolsados

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Creo que la primera vez que abandoné una sala de cine en medio de la proyección fue viendo Blancanieves. Yo tendría 5 o 6 años, y la imagen de la madrastra transformándose en bruja debe de haberme parecido tan desconsoladora que me puse a llorar frenéticamente y mis padres decidieron que por el bien de todos los espectadores que miraban el film en completo silencio era mejor irse.

A esa primera vez le siguieron muchas más. Abandonar una sala de cine donde se proyecta un film insufrible para respirar un poco de aire puro se convirtió en una costumbre saludable que nunca dejé de ejercer. Naturalmente no milito en la idea de que las películas y los libros deben soportarse hasta el final. Tal vez las películas deberían poder “saborearse” un poco antes de pagar la entrada, como se hace con los libros en las librerías. Es por eso que apruebo la idea que tuvieron los de la cadena de cines C2L, en Francia, que restituyen el valor de la entrada si el espectador decide irse durante los primeros treinta minutos de la película –en realidad el tiempo establecido incluye la publicidad, de modo que digamos mejor entonces que les devuelven la entrada si abandonan la sala antes de los 15 primeros minutos. Ni sueño con que una medida semejante se aplique en las películas argentinas: bastante cuesta hacerlos entrar a la sala, si encima los ayudan a salir es muy probable que no quede nadie.

El procedimiento ideado por los franceses es simple: el espectador debe adquirir un carnet especial con “garantía” por 50 euros. Este carnet presenta una doble ventaja: ofrece diez películas a 5 euros (contra los 10 del valor normal) que son pasibles de ser reembolsados si se decide abandonar la sala en el tiempo estipulado. Por el momento, la idea de C2L parece haber seducido a los espectadores franceses, con un aumento de la afluencia. Mientras que los grandes distribuidores temen que la medida pueda ser adoptada por otras cadenas más importantes que C2L, que cuenta sólo con una docena de salas en toda Francia.

Trato de hacer memoria. Me fui sin ver el final de Hasta el fin del mundo, de Wenders; de Escenas de la vida conyugal, de Bergman; de La vida de Adèle, de Kechiche; y hace poco de Whiplash, de Chazelle, un bodrio que alguien definió muy bien como “una versión de Rocky para hipsters”. Hace un par de semanas me fui a la mitad de Dos disparos, de Rejtman, y un poco antes me fui del cine viendo Jauja, de Alonso. No cuento en este corto inventario la cantidad de veces que me quedé en el cine durmiendo o pensando en otra cosa, esperando que las luces volvieran a encenderse: todas las películas de Godard desde 1980 en adelante, que siempre acudo a ver con el fervor religioso de quien visita al Papa, pero que siempre me hace repetir la misma frase que sin duda me decía a los 6 años, viendo Blancanieves: “¿Qué estoy haciendo acá?”.