COLUMNISTAS
Fondos soberanos y empresarios amigos

Los nuevos ricos de acá y de allá

Si hoy se hiciera la remake de Wall Street, la clásica película de Oliver Stone ambientada en las afiebradas corridas de fusiones y adquisiciones de los años 80 en Nueva York, Michael Douglas, el protagonista, no sería un “tiburón” de la city, sino un agente de algún emirato árabe, un enviado de los nuevos zares de las finanzas rusas o un enigmático comisionado chino.

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Si hoy se hiciera la remake de Wall Street, la clásica película de Oliver Stone ambientada en las afiebradas corridas de fusiones y adquisiciones de los años 80 en Nueva York, Michael Douglas, el protagonista, no sería un “tiburón” de la city, sino un agente de algún emirato árabe, un enviado de los nuevos zares de las finanzas rusas o un enigmático comisionado chino.
Es que el gran cambio del tablero mundial vino en paquete con los nuevos ganadores de la economía global y también con los que se resisten a dejar las posiciones de privilegio.
De allí la visible preocupación, casi un grito de auxilio, que en el Foro de Davos se diera contra el nuevo villano para los intereses del establishment mundial: los fondos soberanos.
Aunque no es una institución novedosa (tienen al menos medio siglo de vida) su volumen creció dramáticamente en la última década. Estimaciones del FMI arrojan que sus activos llegaban a
US$ 500.000 millones en 1990 y se habían multiplicado por seis para finales de 2007.
Si las cuentas corrientes de los estados superavitarios siguen su marcha, llegarían a los US$ 10 billones para el año 2012, apenas un 15% menos que el PBI estadounidense actual.
Pero si lo comparamos con América latina (US$ 4 billones), vemos la enorme dimensión de estos fondos cuyos “dueños” son los gobiernos de unos 20 países, ricos en recursos naturales y con cuentas externas superavitarias.
Las reservas que acumularon gracias a balanzas comerciales cada vez más amplias fueron cambiando de la denominación en dólares estadounidenses a una mezcla de monedas (especialmente euros y yenes), oro y títulos de renta fija a largo plazo (el más usual, bonos del Tesoro norteamericano).

Diversificados. Pero, con el propósito de diversificar el riesgo y escapar del tobogán de la otrora moneda fuerte del mundo, empezaron a formar vehículos de inversión más ágiles.
Por ejemplo, el fondo de pensiones de Noruega (creado hace sólo 12 años) tiene inversiones en activos globales por casi US$ 350.000 millones; GIC de Singapur, US$ 100.000 millones (1981); los recientes Australian Future Brand, 40.000 millones (2004) y Korea Investment Corporation (2006), 20.000 millones o el chino State Foreign Exchange Investment Corp. (US$ 200.000 millones), algo menos que la totalidad de los fondos de Arabia Saudita.
Una maraña que pone los pelos de punta a los reguladores financieros y contables de los países que reciben sus inversiones (en general todopoderosos venidos a menos, como los Estados Unidos) pero que les salvan las papas del fuego cuando la crisis devora sus estandartes corporativos.
Se calcula que durante la última crisis, los fondos de Singapur, Kuwait y Corea del Sur tiraron un salvavida de US$ 21.000 millones para rescatar al Citigroup y Merrill Lynch, dos bancos sumergidos en la crisis americana.
El conjunto de fondos habría aportado casi US$ 70.000 millones desde el inicio de la debacle de la “supbrime”.
La primera señal de alerta fue hace unos meses cuando el mismísimo gobierno de los Estados Unidos vetó la compra de puertos en aquel país por parte de Dubai. China entró en el fondo de capital riesgo Blackstone; el emirato Abu Dabi compró parte de Carlyle y le siguen Sony, la empresa de microprocesadores AMD, el grupo aeronáutico EADS o los casinos de MGM Mirage o últimamente el gigante mundial minero Rio Tinto.

Al Sur. Unos kilómetros más al Sur, se pergeñan otro tipo de tácticas. Nuestro Banco Central acumula reservas por US$ 47.000 millones y se escucharon voces criticando la política hiperconservadora de poner todos los huevos en la misma canasta verde que se ha devaluado 40% contra el euro en el último lustro.
El informe de ejecución presupuestaria reciente arroja que se ha elegido invertir $ 8.331 millones en paliar el sofocón energético (más de la mitad en la compra de fuel oil para las centrales térmicas); $ 4.218 millones en el área de transporte (subsidios a los colectivos y a los trenes del área metropolitana).
Casi US$ 4.000 millones erogados en mantener tarifas a bajo costo para no enojar a la clase urbana, pero que no generan actividad productiva adicional. Es decir, no es una inversión sino un gasto. Sin embargo, ¿podría entenderse como inversión la recompra de parte de YPF?
Sí, salvo que no es el fondo soberano argentino sino uno “paralelo”, de empresarios afines, y la compra por provincias que en su momento liquidaron sus tenencias para enjugar gastos corrientes está en curso. Al fin y al cabo, para tener un fondo soberano hay que cumplir una sola condición: querer y poder ahorrar. Y que lo haga el Estado y no el amigo de turno. El resto se dará por añadidura... y por los vientos de cola que todavía soplan.