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Los relojes y el tiempo

—La electricidad, el cero y el tiempo –me dijo un amigo–, ¿qué tienen en común?. Creí que me estaba cargando y que lo que venía después era un chiste, pero no.

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—La electricidad, el cero y el tiempo –me dijo un amigo–, ¿qué tienen en común?
Creí que me estaba cargando y que lo que venía después era un chiste, pero no. Vino después una discusión acerca de las cosas que se ignoran. Porque lo que tienen en común es que nadie sabe lo que son. Dejando para otra oportunidad la electricidad y el cero, ¿qué es el tiempo? ¿Nos arrastra, nos atraviesa, nos constituye, nos vive, lo vivimos, está afuera, acá adentro, transcurre, discurre, ocurre, está quieto, se mueve, hace que nos movamos? Ya sé, hay innumerables definiciones lo cual quiere decir que no hay una definición y que no sabemos un corno a la vela aunque tratamos de disimularlo. También hemos tratado de medirlo como si fuera un terrenito en Funes o una pieza de raso blanco para vestido de novia. Y hay que confesar que hemos tenido un moderado éxito. Estoy hablando de los relojes, objetos sumamente útiles y cotidianos como los alfileres de gancho, los paraguas, las alfombritas de goma para no resbalar en la bañadera, los anteojos, los pañales descartables, todo eso. Los relojes miden el tiempo y nos cuentan qué hora es. Y a través precisamente del tiempo, lo han medido y nos lo han dicho de diferentes maneras. Allá en la Edad Media la hora se oía: la iglesia tocaba por ejemplo el ángelus y todo el mundo sabía que había que ir marchando para casa en donde la sopa estaba por hervir. Después señores  importantes como Galileo, Huyghens, Masseron y otros menos conocidos, se pusieron a fabricar máquinas con engranajes, resortes, péndulos, agua, cristal, arena, compases, para que nos dijeran la hora. Y se comenzó a mirar la hora. Y hace poco vinieron los suizos y a continuación los japoneses y ahora se lee la hora. Dentro de apenas un chip en el reloj pulsera nos va a decir qué hora es y vamos a volver a oír la hora y habremos dado la vuelta entera. Todo esto viene a que extraño los relojes públicos que había en mi ciudad y ya no hay. Es decir, hay alguno: uno en calle Corrientes, pleno centro. Hubo uno en la esquina de Uriburu y San Martín: me lo sacaron y nunca más lo vi. Cuando era chica veía y oía el reloj de la torre de los Tribunales. Y después el del palacio Fuentes. Señor intendente de Rosario: ¿no me podría devolver el reloj de Uriburu y San Martín, eh?