COLUMNISTAS
asuntos internos

Los riesgos de volverse malo

Ni marihuana ni cocaína ni heroína: en los Estados Unidos, México y parte de Europa son las drogas sintéticas las que hacen furor y, entre ellas, sobre todo las metanfetaminas.

Tomas150
|

Ni marihuana ni cocaína ni heroína: en los Estados Unidos, México y parte de Europa son las drogas sintéticas las que hacen furor y, entre ellas, sobre todo las metanfetaminas (un derivado de las anfetaminas mucho más potente y que, durante décadas, se comercializó legalmente en diversos medicamentos). La metanfetamina fue sintetizada en Japón en 1919 y se cuenta que la utilizaron tanto soldados de la Guerra Civil Española como de la Segunda Guerra Mundial (los nazis, pero también los pilotos kamikazes japoneses). Esta droga, que puede venir en polvo blanco para inhalar o en cristales que se queman para fumar (de ahí sus nombres en la calle, “cristal”, “vidrio” o crystal meth) reduce el apetito, quita el sueño y produce una fuerte sensación de bienestar y euforia. Es una de las drogas más adictivas que se conoce, ya que se asegura que quien consume una vez tiene un 99 por ciento de chances de reincidir, y según estimaciones hechas en los Estados Unidos, si el crack (aquella sustancia de los años 80) aumentaba los niveles de dopamina en el cuerpo un 350 por ciento, el cristal lo hace entre un 1.000 y un 7 mil por ciento.

En la Argentina, tuvimos las primeras noticias sobre la crystal meth en 2008, cuando se descubrió un laboratorio clandestino en Ingeniero Maschwitz, relacionado en apariencia con el Cártel mexicano de Sinaloa. Ahora, en Villa Gesell, acaban de secuestrar unas 80 pastillas de brolanfetamina, llamada DOB (day of birth o “día de nacimiento”, por el bienestar que produce), una droga parecida al cristal aunque, aseguran, mucho más potente.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

La metanfetamina, su producción, distribución, consumo y letal efecto sobre el cuerpo y la mente es el centro alrededor del que gira la trama de una de las series televisivas más impresionantes de los últimos años: Breaking Bad. Estrenada en enero de 2008 por la cadena AMC, la segunda temporada terminó en mayo de 2009 y se espera el comienzo de la tercera para abril de 2010. En el medio, la serie ganó varios premios Grammy y se convierte de a poco, con su mezcla de tragedia y comedia (bastante más de lo primero que de lo segundo), en el refugio para los desencantados de otros shows excesivamente estirados como Lost o Prison Break. ¿La historia? Walter White (un admirable Bryan Cranston), genio de la química devenido en profesor secundario en Albuquerque, Nueva México, se entera a los 50 años de que tiene un cáncer intratable. Su mujer está embarazada y sin empleo, tiene un hijo adolescente con parálisis cerebral y un cuñado que trabaja en la DEA. Le quedan pocos meses de vida, y no tiene mejor idea, para asegurarle un futuro a su familia, que asociarse con un ex alumno, pequeño traficante de drogas, para empezar a producir y vender metanfetamina. Desde ese momento, su vida entra en una espiral de violencia y desastre sin final a la vista, al tiempo que los dólares empiezan a llegar de a cientos de miles.

El autor y director de Breaking Bad (“volviéndose malo”, o quizá también “rompiéndose mal”), Vince Gilligan, participó también en otra serie legendaria, The X Files. Los comienzos de cada capítulo, con sus adelantos de lo que vendrá, son sencillamente deslumbrantes, así como los enfoques, los planos y las actuaciones. En el personaje de Walter White y su ruina está resumido el inmenso atractivo de la serie: la tensión entre una de las tentaciones más humanas (la de volverse rico) y las imprevisibles consecuencias de ingresar al mercado del narcotráfico.