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Lugares, pensamientos

En los años 90, el antropólogo Marc Augé propuso el concepto de “no lugares” como un modo de pensar la posmodernidad.

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En los años 90, el antropólogo Marc Augé propuso el concepto de “no lugares” como un modo de pensar la posmodernidad. Como no lugares definía a los shoppings, los aeropuertos, las estaciones de servicio con cafetería y minishop incluidos, etc. Es decir, lugares sin identidad pero a la vez fácilmente reconocibles, impersonales pero a la vez de fácil uso. Esos no lugares también se caracterizan por su carácter global: están en todas las ciudades, idénticos a sí mismos. Los shoppings son similares en Bombay y en Buenos Aires, las estaciones de servicio son iguales en San Petersburgo y en Santiago de Chile. Esos no lugares borran las huellas de la densidad histórica de cada lugar, de su identidad, de su tradición (entendiendo la identidad y la tradición como un combate, como una pugna, nunca como algo dado, esencial, cerrado). Augé extraía la conclusión de que los no lugares son una buena metáfora de la vida contemporánea, de la globalización.

Es éste un tema muy conocido, y por lo tanto me detengo aquí. Padecemos a diario los efectos negativos de la globalización, que va más allá de cuestiones urbanísticas o estéticas, y que incluye también su reacción conservadora, o mejor dicho reaccionaria (precisamente en el sentido de reacción) en Trump y en las extremas derechas europeas. No es posible pensar a Trump sin pensar a la vez en la ruina de la globalización (globalización es también sinónimo de neoliberalismo. No deja de ser sorprendente que un discurso, el del neoliberalismo, fracasado en todas partes, y por lo tanto viejo, se presente aquí como lo nuevo, con fuerte apoyo incluso de sectores de las clases sociales directamente damnificadas por esas políticas).

Ahora bien, al mismo tiempo que triunfaban esos no lugares comenzó a darse un fenómeno inverso (o tal vez complementario: comprender si son fenómenos inversos o complementarios no es un dato menor). Este fenómeno es el surgimiento, en muchas ciudades, de zonas que se llaman a sí mismas “Soho” o recuerdan al Soho. Primero fue el Soho de Londres, luego el Soho y la zona sur de Manhattan, luego aparecieron en otras ciudades de Estados Unidos y en las capitales europeas y de otros continentes, incluido el nuestro. Estas zonas se presentan como lo contrario de los no lugares: en vez de ser fríos son cálidos, en vez de ser impersonales son personalizados, en vez de ser estándar aparecen como artesanales. Bien se podría decir que si los shoppings son no lugares, los Soho son “sobre-lugares”, sitios cargados de un exceso de autenticidad, de naturalidad (Oscar Wilde: “La naturalidad es la pose más difícil de conseguir”). Pero mientras que estos sobre-lugares se presentan como lo opuesto a lo global, se los encuentra sin embargo en todas las ciudades, y en todas las ciudades son parecidos. Palermo se parece mucho a la Condesa y a La Roma en México, que se parece mucho a Chelsea (o antes al Soho y al Village) en Nueva York, etc, etc. Todo ocurre como si hubiera, en términos urbanos, un doble eje en el capitalismo: una convivencia entre no lugares y sobre-lugares, ambos marcados por el consumo como modo virtuoso del lazo social y horizonte de época.

Me encuentro en estos días releyendo la tradición abierta por el joven Marx en torno al concepto de alienación, voy pensando en ese tema cada vez que camino por la calle.