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Luz en la oscuridad

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Leo en La Nación un bello artículo de Pablo Gianera sobre las crónicas de viaje de Matsuo Basho; el artículo me interesa por el recorrido inteligente y sensible que hace siempre Gianera sobre los temas que la música de su prosa toca, y además, porque estoy escribiendo una novela argentina que transcurre en Japón. Leo el artículo rápida y ávidamente. Gianera cita una frase de Basho que dice: “Entró en la nada utópica bajo la luna de medianoche”. La frase es extraordinaria y ambigua, primero pienso que es una errata. ¿Puede la nada ser una utopía? ¿Es una formulación particular acerca del nihilismo?
¿Podía alguien decir o escribir una frase semejante en el siglo XVII, sin haber leído –digamos, por citar a alguien– a Wittgenstein o a los místicos españoles? Por lo demás, hay un suave estremecimiento, un roce de sentidos delicioso en ese deslizarse de alguien que entró en la ilusión de la nada, en el éxtasis de la disolución, precisamente bajo el resplandor de la luna. ¿Cómo se ve lo que es y aspira a disolverse, bajo la luz blanca y alucinatoria de una luna blanca (o levemente rosada, o agrisada, si es que la
cruza una nube)? Y hay otro deleite, secreto, en la mención temporal. ¿Por qué, justamente, de medianoche? ¿Porque es el momento de mayor esplendor lunar, o para poner, junto a la palabra “luz”, mediada, la palabra “noche”, y contrastar luminiscencia y oscuridad? Un cuerpo que arde por desaparecer se enciende bajo la luz oscura de la luna...
Me pierdo en esas ensoñaciones. Pero luego, retomo y releo. Advierto que el efecto brillante de la cita me impidió advertir su contexto. El texto que Gianera reproduce no es de Basho, sino que Basho lo transcribe citando a un antecesor. Así, la frase completa dice: “Como sobre bastón, me apoyaba en las palabras de un hombre antiguo quien, según dicen, ‘entró en la nada utópica bajo la luna de medianoche’”. La modernidad presunta de Basho retrocede entonces a una modernidad anterior aún, nos ofrece la cansina y elegante sorpresa de que antes (e incluso antes de antes) se sabía decir tanto como ahora. El estado presente de la literatura es siempre la actualización de una vieja sorpresa. Lo cierto es que mientras leo el artículo de Gianera (que sí sabe) pienso en la manera de incluir, incluso de cerrar mi novela, con la frase que cita Basho. Pero escribo y escribo y finalmente termino mi libro sin encontrar ningún contexto ni fraseo que me lo permita. Todo autor, aun los nuevos, acepta que la mejor frase de un texto es la que debe quedar afuera, pero suprimir ésta me apena porque es ajena, y es justamente la ajenidad de la literatura lo que nos permite tomarla: porque no es de nadie y por eso todos podemos sentirla, de a ratos, propia. Eso puede ser motivo de dicha o decepción, e incluso efecto de atribuciones erróneas. Durante años, por motivos que ya no recuerdo, El mar de Debussy me parecía una obra maestra de la música. Yo tenía un viejo Winco y ahí ponía un disco que, supongo, se titulaba Los impresionistas.
De un lado, Debussy; del otro, Ravel. Pero yo dale y dale con Debussy. La púa caía en repetición sobre El mar y yo escribía, y sus énfasis y serenidades marcaban el tiempo. El ciclo marítimo terminaba y empezaba y en los buenos momentos el disco podía sonar toda la tarde. Pero ya no puedo escribir así y hoy, mientras jugaba al dominó con mi padre, puse esa composición que hacía años no escuchaba, y me pareció un cachivache: mezcla de sonoridades apelmazadas y melosas, avisos de redobles africanos o de tambores de indios sioux, y musiquita de dibujitos infantiles de la década del 50. Así también, los viejos escritores que uno amó se hunden en el olvido o se guardan intocados en el recuerdo
de los buenos momentos que mejor no revisar. Si un autor pudiera apropiarse de los mejores fragmentos de la literatura universal y fundirlos en una sola obra…pero es un ensueño de verano, y del ensueño de la sinrazón sólo sale la queja de Frankenstein, el monstruo que no tiene padre que lo reconozca. Tal vez la luna de medianoche sea el mejor amparo para el eterno sueño utópico de entrar cálidamente en la nada.