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Luz, música, placer

Nunca sentí demasiada simpatía por la televisión, para decirlo suavemente.

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Nunca sentí demasiada simpatía por la televisión, para decirlo suavemente. Entendámonos: la televisión es un sistema de comunicación ferozmente inteligente, adecuado, sorprendente y lleno de posibilidades. Lo que me cuesta aceptar, y por lo tanto obedezco a mis inclinaciones y es muy difícil encontrarme frente al aparato, es el uso que se hace de esa maravilla que es la tevé… si se me permite tratarla de che, y por qué no si se ha convertido en miembro distinguido de las familias, su familia, la mía, la de la gorda que vive a la vuelta, la del escribano de la otra cuadra y etcétera: es decir, todas. Eso es lo que me pasa: no me interesan los amores de las rubias fruslas (neologismo inventado por mi mamá allá por los años 40 y que no ha logrado aún entrar al mamotreto de la Real Academia, no me diga que no es una injusticia…) ni me interesan las mesas redondas de señores cejijuntos que se miran con cierto odio y hablan de temas como la tecnología en la era del cambio contextual referido a la concreción de redes de pensamiento no occidental. No se apure: tengo otros temas que tampoco me interesan y tengo algunos que aborrezco desde lejos nomás, solamente de contemplarlos y pensar que podría en un rapto de locura tratar de averiguar de qué se trata. Tampoco me interesan los cuarentones guapos que con una sonrisa me explican lo que se va a usar este invierno. Creo que tratan de convencerme de que use las faldas tableadas cruz diablo. De modo que por mucho que me asombre la existencia del aparato y la sombra multicolor que yace bien escondidita detrás de él, me detengo pocas veces a mirar. Veo al pasar, pero no miro; oigo al pasar, pero no escucho. Así y todo, de vez en cuando en lugar de pasar me detengo y le aseguro desde ya que fue sin querer, que fue el rastro casi perdido de mi infancia que como toda infancia se asombraba ante los dibujitos que se movían en las matinées del cine Córdoba. Pero sí, confieso que me he detenido. Pocas veces, poquísimas, pero caí en esa triste experiencia.

Y termino con estos descalabrados párrafos: en esas ocasiones vi algunas cosas, aparentemente variadas pero que pueden reducirse a dos temas: los amores de las antedichas rubias que siempre se desarrollan con el que fue novio o marido de la amiga, y los detalles escabrosos, siniestros como los que más, acerca de los crímenes cometidos en la semana, el día, el mes, lo que sea dependiendo de la hondura y complicación del o los asesinatos. Y no le digo nada si el cruel depravado asesino la esperó a su víctima de noche a la vuelta de la esquina y si la víctima era una de las antedichas rubias.

¡Ooooh, miel, néctar y ambrosía de los dioses y de las diosas! Eso, justamente eso es en la TV el placer celestial. Unico instante en el que comprendo a tanta gente hipnotizada por algo que no llego a alcanzar.

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