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Macri va a tener siempre problemas con la seguridad

Hay una sensibilidad que el timbreo no alcanzó a desarrollar en el Presidente. Y que podrá costarle muy cara.

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Macri y Larreta, con uno de los policías heridos. | Twitter @horaciorlarreta

Hay una sensibilidad que el timbreo no alcanzó a desarrollar en Macri. Y que podrá costarle muy cara. Es como si padeciera un trastorno disociativo focalizado cada vez que un tema incluye a las fuerzas de seguridad. No entiende lo que a él mismo le conviene ni lo que les conviene a las fuerzas de seguridad para lograr el muy deseable objetivo de que vuelvan a ser respetadas.

En la conferencia de prensa que el Presidente brindó al día siguiente de la aprobación de la reforma previsional, se quejó de que la jueza Patricia López Vergara hubiera prohibido a la Policía ir con armas letales y la hubiera limitado a utilizar balas de goma como último recurso para controlar las manifestaciones en el Congreso, que terminaron con 88 policías heridos. Cuando en realidad los grandes beneficiados de esa actitud defensiva que adoptó la Policía, opuesta a la agresiva de la Gendarmería el jueves anterior, fueron el Gobierno y la Policía, porque la estoica resistencia durante las primeras horas, cuando soportaron una lluvia de piedras, predispuso a la opinión pública a favor de la Policía desarmando el discurso de los diputados kirchneristas sobre la “represión indiscriminada”.

Si el lunes se hubiera reprimido como el jueves, hoy no habría ley previsional y sí una gran crisis

Los diputados de la oposición se habían quedado con la imagen de la represión que había comandado Patricia Bullrich el jueves, sin darse cuenta de que lo que estaba pasando el lunes era lo contrario, y los discursos dentro del recinto chocaban con las imágenes que la población veía por televisión y demostraban que la agredida era la Policía.

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Fue la diferencia entre Rodríguez Larreta, quien siempre tuvo una posición más inteligente a la hora de resolver conflictos numerosos, y Patricia Bullrich, que prefirió mostrar una imagen de sheriff dura apoyándose en las encuestas que indican que una parte importante de la sociedad –y altísima entre los votantes de Cambiemos– pide mano dura.

Patricia Bullrich quiere quedar bien con Macri y su horizonte temporal se mide en meses: seguir siendo ministra. Rodríguez Larreta calcula sus acciones teniendo como meta 2023 y puede permitirse no sobreactuar los deseos de Macri, a quien le hizo un enorme favor el lunes pasado conteniendo a la Policía y haciéndola esperar lo máximo posible antes de reaccionar.

Sin necesidad de que la jueza Patricia López Vergara lo disponga, el propio Rodríguez Larreta tiene como protocolo de la Policía de la Ciudad la no utilización de armas letales para dispersar manifestaciones. Como es lógico, porque, frente a una multitud, puede ser imposible asegurar que un policía con armas de fuego no pierda el control. Y que una muerte genere un espiralamiento de violencia que pase a cobrarse varias vidas más, con costos políticos e institucionales irreparables.

Sí se podría haber disparado balas de goma y gases lacrimógenos algunas horas antes, ahorrando los destrozos edilicios en la zona aledaña al Congreso y las heridas de la mayoría de los policías. Pero los 27 millones de pesos que costará la reparación de las veredas y bancos destruidos para ser transformados en piedras son la mejor inversión política que puede hacer el Gobierno para ganar legitimidad y aislar a violentos de la mayoría de la sociedad.

Los 88 policías heridos hicieron un gran servicio a la democracia y el Gobierno deberá compensarlos debidamente, como también a los privados que sufrieron daños a su patrimonio. Pero, sin minimizar su sufrimiento, fueron efectos no deseados de la medicina correcta en la búsqueda de recuperar el respeto hacia las fuerzas de seguridad, que no se conseguirá como Macri cree, por el miedo, sino por el reconocimiento.

A diferencia de los países desarrollados, donde las fuerzas de seguridad nunca perdieron el respeto de sus sociedades, en la Argentina, donde sí lo perdieron, hay que hacer una campaña de revalorización de ellas, y eso no se logra con balas.

El asesinato de Rafael Nahuel, por una bala de la Prefectura durante un desalojo en las afueras de Bariloche, podrá desanimar a muchos jóvenes de participar de tomas del espacio público. Pero el costo que puede tener la acumulación de hechos similares terminaría siendo mayor que el beneficio del amedrentamiento como profilaxis. Si en dos desalojos en el sur hubo dos muertos –aunque uno fuera accidental–, Santiago Maldonado, en el de la Ruta 40, y Rafael Nahuel en el del lago Mascardi, queda demostrado que no saben controlar ese tipo de situación sin bajas. Si aplicaran la misma brutalidad en manifestaciones futuras, las consecuencias podrían generar indignación en gran parte de la sociedad.
Los que piden mano dura ya son votantes de Cambiemos y no tienen otra alternativa superadora, mientras que para seguir ganando las elecciones el Gobierno precisa conquistar a los indecisos, que pueden votar tanto a Cambiemos como al panperonismo o al progresismo.

Nadie duda de que la sociedad debe dejar de asociar a las fuerzas de seguridad con la represión de la dictadura. Pero esa tarea requiere un presidente consciente de que existe ese trauma, y para terminar de erradicarlo, la mejor forma de hacerlo es generar ejemplaridad. Sin dejar de desalojar todas las tomas del espacio público o privado (vale para el caso de Pepsico) pero con la inteligencia de tener como objetivo no solo el cumplimiento de la misión sino también la conquista de la mayoría de la opinión pública y no únicamente de quienes están cansados, con razón, del abuso de manifestaciones, piquetes y cortes.

Aunque lo nieguen públicamente, hubo diferencias entre Patricia Bullrich y Rodríguez Larreta

Hay dos batallas: la policial y la cultural. Hay que ganar las dos para que así triunfen la democracia y las fuerzas de seguridad. Macri tiene que desarrollar una sensibilidad de la que demostró carecer, y Marcos Peña, Patricia Bullrich o Gabriela Michetti (otra que con sus declaraciones pareciera, como Bullrich, querer ganar el premio a la empleada del mes) deben ayudar al Presidente contradiciendo sus impulsos. Amortiguando y no incentivando los enojos de las naturales frustraciones que siente quien gobierna un país complejo y lleno de problemas como Argentina.